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Se hacía de día y el aire ya estaba enrarecido. Después de toda la noche inmovilizada el frío había dejado entumecidos los músculos. Fue un abril caluroso, pero a esas horas ni el sol era capaz de calentar el habitáculo de aquel Cadillac Eldorado que olía a cuero nuevo y al perfume con el que acarició su cuerpo la noche de antes. El asiento estaba mojado desde hacía varias horas, con esa extraña mezcla que provoca la excitación sin el roce, por pura presencia, y su aliento paseándose por el cuello. Tenía las manos lo suficientemente juntas como para entrelazar los dedos y acariciar la larga espiral de cáñamo que las unía con los tobillos. Reposaban los antebrazos en los muslos y éstos, anudados entre sí. Hubo momentos en la noche en el que sentía el palpitar de su deseo propagándose por las piernas en todas direcciones instantes en los que la presión de la mano sobre el muslo, con fuerza sobrehumana, ralentizaba los sentidos.

Cuando cerraba los ojos sentía el parpadeo de los neones y el zumbido de los cables sobre el coche. Parados en aquella cuneta el tiempo se paró dentro mientras la vorágine del exterior les llenaba de ruidos y destellos. Allí eran los dos, el mundo se movía deprisa fuera pero el suyo era un instante perpetuo. Daba igual el lugar, ahora era aquel Eldorado, antes fueron habitaciones, bosques, cunetas, cabañas abandonadas, vías de tren. El entorno era una motivación y había siempre constantes. Cuanto más abierto era el lugar menos ropa cuanto más cerrado, menos movimiento. Siempre esperaba algo nuevo porque sabía que su mente era capaz de proponer situaciones cambiantes.

Toda la noche sin un solo roce a excepción de los apretones en el muslo. Ni un ademán, aunque sonara una y otra vez una casete de Jeff Healey a bajo volumen, lo suficiente para escuchar la respiración y no se perdiese el blues retumbando en los cristales. Cuando la luz del sol iluminaba por completo el coche abrió la puerta y caminó, cruzando la carretera, hasta la cafetería de enfrente. Minutos después la puerta volvió a abrirse y un intenso olor a café entró antes que él. Dejó una bandeja sobre el reposabrazos, sacó un cuchillo y cortó las ligaduras. Cogió un vaso humeante y se lo ofreció. Sonrió como siempre hacía y le cantó un cumpleaños feliz al ritmo de una de las canciones que sonaban.Tomaron el café en silencio, salieron del coche y se internaron en el bosque cercano.

Dieciocho años no se cumplen todos los días.

Wednesday

 

 

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