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El sonido del metal golpeado le producía escalofríos. Incluso después de haber dejado las llaves y de que el sonido se hubiera apagado, recorría sus huesos como si estos fueran un diapasón, manteniendo la nota de emoción vibrando dentro de su cuerpo. No le veía, pero sabía que estaba allí, al fondo, observando desde la sombra, escondido. Era curioso porque nunca sintió que necesitase esconderse. Quizá no lo hacía y era ella la que de una manera o de otra le situaba siempre con ese aura de misterio que a sus ojos tan bien le quedaba. Atrás quedaba la imagen de los labios sorbiendo las últimas gotas de café, la barba impregnada en espuma, los movimientos lentos mientras recogía los bártulos, en orden. Las manos acariciar el cuero de la libreta, el bolígrafo en el bolsillo interior del abrigo color berenjena. Luego los botones, ciñendo el paño sobre el cuerpo y el cuello levantado aunque ya no hiciera frío. Guardaba todos los detalles sin saber por qué. Sentía que eran suyos, una posesión, lo único que podía tener con seguridad de él.

Los latidos se aceleraban hasta que coincidían con los suyos. Se acercaba, el rostro serio, adusto. Casi nunca sabía si estaba enfado o triste, o alegre. Rara vez sonreía, rara vez lloraba. Sentimentalmente helado conseguía hacer arder su interior con solo un roce de sus manos. Nunca el término medio, mezclaba la ternura con la violencia a partes iguales y jamás supo como descifrar aquel galimatías. Le desarbolaba cuando suspiraba junto a su cuello, como un niño pequeño para a continuación, convertirse en una mala bestia que hacía crujir los huesos contra la pared. Era eso posiblemente lo que le mantenía unida a él, la imposibilidad de saber, de tener nada con certeza, de querer seguir averiguando los porqués y los motivos. De descifrarle aun sabiendo que jamás lo conseguiría. La luz iluminó el rostro a escasos centímetros del suyo.

Cuando salió por la puerta vio como se paraba y miraba a un lado y al otro. El recuerdo era tan vivo como si lo estuviese observando en ese mismo instante. Luego las manos ciñeron la correa de la bolsa alrededor de su hombro izquierdo para terminar dentro de los bolsillos del abrigo. En esos momentos el silencio acariciaba el pelo de cada una de ellas, sin motivo, antes de que alguien rompiera el tratado y diese vueltas al café, haciendo tintinear la cuchara contra la porcelana. Un sonido parecido al que él producía en su mano, agitando con suavidad algo que provocó que las piernas le temblaran.

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Wednesday

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