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No tragues, le dijo notando palpitar entre sus dedos aquellas venas del cuello entregadas y rendidas desde el primer instante. Llegó desafiante, suponiendo que todo aquello sería un juego, un tira y afloja en el que ella siempre saldría vencedora. Tú y las paredes le dijo cuando él estampó su cuerpo menudo y delgado contra el muro. Él y las paredes retumbó en su memoria. Se acercó despacio a su cara, apartó ligeramente el pelo y le susurró algo imperceptible. No puedo respirar contestó ella, aún luchando para ver hasta donde llegaba. Sintió entonces como tiraba de su pelo y echaba hacia atrás la cabeza. Gimió y cerró los ojos. Los dientes se clavaron en aquellos labios jugosos, y mientras mantenía la presa entre sus fauces le gruñó que no cerrase la boca. ¡Abre los ojos! Gritó tras abofetearla. ¡Abre los putos ojos y no cierres la boca! El tirón de pelo fue brutal y así hizo ella, asustada en mitad de un gemido.

A ella los ojos le brillaban, la mirada de la incredulidad y el deseo, del descubrimiento, la mirada que desea abrir puertas y descubrir nuevos caminos. A él, la diversión se le acumulaba en la boca cuando dejó caer una cuerda de saliva que goteó hasta aquellos labios rosados. Ella se estremeció de deseo y él volvió a decirle que no tragase, mezcla de furia y necesidad. Repitió una y otra vez hasta que la boca rebosó. Le arrancó la ropa sin dejar de presionar el cuello mientras ella hacía esfuerzos por no tragar y mientras, por la comisura de los labios se escurría el líquido.

Aún con la saliva en la boca comenzó a follarla haciendo que ésta saltase, empapase el cuello y gotease hasta su pecho mientras intentaba mamársela. Pero él lo impedía con embestidas brutales, golpeando la garganta y provocando que ambas salivas se mezclasen. De vez en cuando la sacaba, envuelta en la blanquecina espuma y ella respiraba, jadeante, esperando el siguiente envite. Entonces levantó la cara con una mano y le preguntó donde estaba su saliva. Ella, ruborizada, le dijo que se la había tragado.

Mala chica dijo divertido. Tendremos que volver a empezar. Tiró el cuerpo al suelo y pisó el cuello, apretando sólo un poco. Abre la boca susurró. Y ella lo hizo. Desde aquella altura, la saliva caía y brillaba en un perpetuo hilo, entrando despacio en la boca sedienta. Aquellos ojos, ahumados por el maquillaje se deshacían y él presionaba más. No tragues repetía una y otra vez mientras la bota moldeaba la piel, estrujando el cuello y mezclando el aire con el líquido. Cuando la congestión fue lo suficientemente llamativa levantó el pie, cesó la presión, levantó su cuerpo.

Ahora, traga.

Wednesday

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