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Me senté frente a ella, no sabría decir si serenamente disgustado o sorprendentemente atontado. Los últimos años habían sido un auténtico desbarajuste, una montaña rusa y una locura que de una manera o de otra se iba solventando. Quizá tarde me di cuenta de que lo que yo creía era una solución, en realidad era una madeja de un hilo infinito e imposible de desliar. Nunca me gustó tener demasiada información. La justa para tomar decisiones con firmeza. Es cierto que a veces por ello me equivocaba, pero tenía seguro que con más información caería en el estrepitoso error de involucrarme mucho más en la fantasía y la invención que en los propios hechos.

Yo otorgaba confianza, es lo que un dominante debe hacer. Algo que estoy empezando a replantearme. Esa confianza se entrega de una manera libre y absoluta y una vez que la sumisa entiende lo que supone, el libre albedrío desaparece. O debería desaparecer. Resulta entonces que el ego es mucho más importante, que el afán de sembrar cosechas para nuestro propio beneficio es lo más importante y entonces te das cuenta de que esa confianza se trastoca, se deja de lado por cosas ajenas a la dominación y la sumisión.

Entendí en su día que la explosión y las posibilidades que daban las redes sociales a que mucha más gente conociese este maravilloso mundo, sería no solo positivo, sino enriquecedor. Es un error. Como siempre, demasiada información sin poder procesar genera unos acontecimientos difícilmente controlables. Algo que nunca quise controlar me explotó en la cara y cuando intenté contener la infección, fue demasiado tarde. Hoy, aun me resiento de las secuelas y nunca más podré entender este mundo de la misma manera.

No ya la traición, porque quizá yo debería guardar algo de crítica hacia mí, sino por la entrega. En este reducto era fiel a mí mismo, libre y desprendido, cortés y paciente, severo y autoritario, irreprochable cuando me pedían ayuda o me sugerían consejo. Ahora me encuentro aislado, sentido y triste pero también rabioso e iracundo. Alerta para no dar más de lo que puedan manejar y sobre todo, bien pertrechado y escondido en lo más profundo de mi dominación.

Si algún día alguien quiere estar lo suficientemente cerca de esa parte de mí, sudará toda la puta sangre de su cuerpo y devoraré sus entrañas antes siquiera de rozarle un cabello. Ella se quedaría allí sentada, el lazo que nos unía hace tiempo quedó roto también hace mucho aunque me di cuenta demasiado tarde, dolorosamente tarde.

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