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El juego de la dominación a veces carece de la furtividad para acechar sin ser visto, sin amedrentar y sin invadir el espacio vital de los demás. Tiene ese componente voyeur que a casi todos les gusta, pero que en muchos dominantes parece haber desaparecido o al menos relegado a un segundo plano. Eso de lo inmediato, ya se sabe.

Cada uno miramos aquello que más nos llama la atención. Los encantos más exuberantes suelen ser el reclamo más apasionado. Otros se fijan en el pelo, en los olores, en las curvas sencillas, en los tobillos o en las piernas. Pocos miran a los ojos, no por vergüenza, porque entiendo que un dominante no se debe avergonzar por mirar a los ojos. Para mí, es una travesía, una odisea homérica donde no dependo de los Argonautas y solo puedo tener el tino de elegir bien a mi partenaire.

Cada travesía es diferente aunque el sol salga por el mismo sitio. Incluso si la mujer es la misma el puerto de sus ojos cambia y lo que hoy puede ser un amarre pausado, mañana puede convertirse en un caótico acercamiento donde tengo las de perder. Ella hablaba, alegre, distraída y animada, yo observaba el movimiento de sus manos, como se ponía de puntillas y como sus labios de vez en cuando eran mordisqueados por sus dientes.

En la distancia, los olores son una fuente recurrente para la imaginación. Afrutada, cítrico, suave o intensa. La piel tersa, prieta, caliente. El cabello sedoso, enredado, ardiente. Pero los ojos… me levanté y me acerqué sin dudas, llevé mi goleta a través de la tempestad hasta que divisé su puerto, el de sus ojos, el puerto de sus lágrimas, y sentí como mi cuerda de amarre rodeaba sus muñecas.

Por fin encontré en lugar donde mi barco estaría seguro para siempre.

 

Wednesday

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