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El tiempo, lineal, se vuelve caótico con los recuerdos. Se mezclan con las sensaciones y las protuberancias del pecho cuando la respiración se bloquea y la saliva se vuelve agridulce. Los recuerdos al igual que la mirada, tienen un núcleo central y se rodean con adornos de la periferia, borrosos e inventados a veces. Recuerdas el lugar, la situación, el olor, pero todo lo demás se difumina y se pierde como la arena fina deslizándose por los dedos. Poco se puede hacer más que inventar extractos de vida que casen con el verdadero recuerdo.

Viendo su cuerpo contra la pared, aún vestido con la tela roja o quizá fuera granate, el recuerdo me juega malas pasadas en los detalles nimios. Con las manos pegadas al yeso y las piernas entreabiertas, el pelo alborotado tapando la mitad de su cara, el frescor jugoso de los labios recién mordidos y la miel en sus ojos, me acercaba con pasos lentos, recortando la figura rotunda, carnosa y torneada mientras la sonrisa provocaba temblores. Se le cortaba la respiración y yo me iba perdiendo en las pestañas. Llegué con una mano abierta, perfectamente encajada en su cuello y los talones se elevaron sin mucho esfuerzo. El gemido era costumbre y las costumbres eran mis rutinas. Volvió a morderse el labio y mi mundo se acercaba a su iris. Dejó de parpadear.

El olor de su cuello y los latidos de su vida entre mis dedos me permitieron sumergirme en aquella mácula aparentemente pegajosa, mostrando detalles oscuros y fogosos. Aquellos ojos hechos de miel se mezclaban con los reflejos y hacían de aquello un tornasol en el que pasar las horas muertas. Los dedos entonces apretaban más, juntando mi pecho contra el suyo, cambiando el tono de la piel e hinchando los labios que no dejaban de morderse mientras los gemidos crecían y salían de lo más profundo de las entrañas. Levantó las manos y juntó las muñecas sobre la cabeza, presentando una invitación tan clara que ahora el cuello y sus manos disfrutaban de la misma presión. No dejaba de mirar aquellos ojos, atrapado en aquel plasma multicolor sin darme cuenta que le separaba las piernas y el vestido rojo o quizá granate se subía por los muslos mientras comenzaba a empapar el mío.

Abrió la boca para decir algo, o para besarme o para decirme con su aliento que era mía. Pero eso ya me lo habían anunciado sus ojos, los mismos que recuerdo con la misma nitidez que aquel vestido rojo o quizá granate arrancado antes de que su cuerpo tocase la cama.

Wednesday

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