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Cansado de escribir en la piel historias que no llegaban a ningún lugar, decidí memorizar todas mis anotaciones hasta saber en qué lugar era mejor tenerlas por escrito. Veneraba los trazos implacables sobre los pliegues, en las llanuras del abdomen y los confines de la espalda. Lo veneraba porque lo ansiaba, pero los trazos indelebles no se quedan en la piel y tampoco en la memoria. Se deslavazan en fragmentos efímeros de recuerdos que no son los míos en realidad, se confunden con pasiones erróneas, con equivocaciones permanentes que creemos sirven a un propósito mejor y mucho más grande.

Dominar nunca fue tan difícil, nunca tan doloroso como cuando tus realidades y tus consideraciones, son puestas en entredicho por ti mismo. Los errores son esos agujeros que intentas esquivar a toda costa pero en los que tarde o temprano te sumerges. Tienes respuestas para todo, probablemente buenas respuestas pero los factores invariables de la comprensión ajena, las aniquilan con un soplido. Todas las vivencias terminan en tu memoria y la memoria se desgasta, se corrompe, inventa emociones y situaciones imposibles que jamás sucedieron pero que con fortaleza inusitada crecen en tu cabeza hasta romper el cielo de lo imposible.

Trozos de papel, sucios o arrugados, periódicos, panfletos, la propia mano. Bosquejos de las nuevas realidades que se acumulan hasta que se plasman en un cuaderno. Ese cuaderno de vida, donde se apunta la verdad impactante, la del sentimiento de alegría instantánea, donde se bosqueja la emoción de una emoción que deshace la madeja de la miseria para descubrir lo excelso. Donde no hay herramientas ni utensilios, ni juguetes, ni cuerdas, ni cuchillos afilados porque lo que es verdaderamente cortante es el filo de las palabras entonadas. Las mismas palabras que susurraba al oído cuando clavaba los dedos entre tus costillas, las mismas palabras envueltas en grito que tú pronunciabas en el instante en el que la sangre brotaba de tus pezones. Las mismas palabras que se enredaban en tu pelo y escalaban por mis brazos para crear la tensión suficiente que te hiciera arquear la espalda hasta que las vértebras crujían en sinfonía. Las mismas palabras que el aire silbaba cuando tu cuerpo laxo se balanceaba empujado por mis manos y sujetado por mis cuerdas.

Los recuerdos son más reales cuando los leo que cuando los recuerdo. Mis anotaciones son mi vida.

 

Wednesday

 

 

 

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