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A veces la nostalgia nos asalta sin aviso previo, como un puñetazo en el plexo solar, el que en un instante te deja sin aliento y sin la capacidad de responder, boqueando como un pez a punto de morir asfixiado. Aquella vez fue como los cientos anteriores. En su camino de vuelta pasaba siempre por los mismos lugares, mismas rutinas, mismos actos. Los pasos contados, las respiraciones pausadas, la música taladrando los oídos y en esa tarde de finales de otoño, la respiración provocando volutas de vaho que se atravesaba con la cara. La luz ya era tenue, con los rayos de sol anaranjados colándose entre las nubes altas y el cielo limpio. Los olores del otoño tienen ciertas particularidades al principio y al final, como sucede con la primavera cuando nace y cuando pretende mezclarse con el estío. La luz le cegó al pasar por la arboleda y filtrándose por las desnudas ramas le obligó a girar la cabeza.

Al fondo, tras la maleza, las ramas caídas y las hojas secas se escondía un lugar en el que durante mucho tiempo disfrutó. Dejó de caminar y se quedó mirando fijamente intentando reconstruir hermosas imágenes de llantos y gritos. Tras el desorden se percibía la reja ya oxidada y que a esas alturas se mimetizaba con el entorno. Debías estar muy cerca o conocer su ubicación para darte cuenta de que allí estaba. Caminó hacia ella, más por automatismo que por deseo mientras el corazón comenzaba a latir mucho más fuerte. El crujir de las ramas bajo sus botas le traían los gemidos y las suplicas como un recuerdo lejano que se hacía fuerte cuanto más se acercaba. Tragaba con dificultad cuando los pasos le traían las imágenes de su piel blanca, de las ligaduras presionando la carne y anclada a los barrotes de los que ella nunca pudo zafarse. El cuerpo desnudo bajo la luz de la luna mientras dibujaba con el cuchillo todos los caminos posibles que le llevaban a su coño. La sangre perlada y luego en regatos que se deslizaban por el costado y que en azarosos movimientos cambiaban de dirección y se precipitaban hacia el interior de los muslos.

Miró el suelo que tantas veces había empapado con aquella sangre joven y sonrió. ¿Cuánto tiempo había pasado? Era incapaz de precisar el momento del comienzo ni del final ni si fue abrupto o sencillo. Sintió que todo había desaparecido como la propia reja detrás de la maleza y la hojarasca e incluso de sus propios recuerdos. Sin embargo, ahora, allí, pudo ver su cara tan clara que sintió su corazón desgarrarse como lo hacía su piel bajo el filo de su cuchillo. Cerró el puño imitando el gesto de empuñarlo y deseo volver atrás en el tiempo para volver a saborear las lágrimas de las que tanto disfrutó.

Volvió sobre sus pasos, el sol había caído y la música volvió a taladrar sus oídos. Quizá mañana la luz le engañase de nuevo para volver a recordar o quizá ese recuerdo era lo único real que había tenido.

Wednesday

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