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No era demasiado clásico ni nostálgico, mezclaba bien la modernidad con algunos tintes antiguos. Coleccionaba desde siempre y de manera ecléctica discos, libros, púas, tebeos, aparatos diversos que dejó de utilizar años atrás. Había días que miraba sus cosas con desdén y otros con orgullo. Eran sus posesiones y las amaba aunque fueran materiales. Y era lo material lo que realmente anclaba a los lugares. Muy al contrario de lo que otras personas afirman, lo tangible es algo que siempre está y se altera relativamente poco. Otros, muchos, sin embargo, se aferran a las emociones, a las personas y a los recuerdos que estas impriman en nuestras vivencias. Era justo decir que a él también le sucedía o quizá sería más adecuado decir le sucedió, sobre todo cuando aquellos días indómitos asociaba las caras a los sonidos, cuando reconocía el llanto en el orgasmo o la risa incontrolada; el silencio absoluto o las maldiciones atrapadas entre los dientes que salían a borbotones cuando ya era imposible retenerlas. También recordaba esas otras caras que llamaban a Dios o repetían la misma palabra una y otra vez como una letanía eterna mientras el éxtasis recorría sus cuerpos. O las miradas clavadas mientras se retorcían de dolor o de placer porque eso daba igual.

Aquellas mezclas le hacían sonreír, las de las caras de incomprensión cuando les contaba lo que le gustaba y sobre todo cuando sorprendidas afirmaban que ellas podrían soportar todo eso tan “interesante” que abordaba en las conversaciones previas. Luego como era lógico, al primer destello del acero huían despavoridas. Había valientes que soportaban con estoicismo algunas prácticas leves porque no quería ir más allá y luego, las pocas, que comprobaban lo que supone sangrar por algo que habían aceptado de buen grado. Luego las cuerdas, esas que hipnotizan a muchas y son capaces de arrastrarse por sentirlas. Y cuanto más profundizaban y más íntimo era todo, la mezcla se agitaba y se daba cuenta de que los silencios en el éxtasis no le gustaban, que soportar con heroicidad algo por el otro era una estupidez, que las lágrimas en el orgasmo eran tan maravillosas como en el sufrimiento y que la risa, la carcajada, era un soplo de vida en aquellos instantes tan oscuros.

Y era allí cuando descubrió que el mar a veces puede explotar en tu boca, que el aire expulsado por una risa era suficiente para aguantar cualquier golpe bajo y que Dios a veces existe. Pero todo eso tiene un momento, tiene un tiempo, muta, cambia se vertebra hacia el olvido porque lo que fueron impresiones ya sólo son mezclas heterogéneas difuminadas en nuestra memoria. Y aunque me pueda remontar a aquella ala de avión y aquel encuentro cíclico y libre que mantiene todo lo anterior tan vivo como el hierro al rojo, durante el resto del tiempo lo material es lo único que te sostiene, te hace reír, pensar y llorar.

Aquellas mezclas hicieron el lodo con lo que construyó todo.

Wednesday

 

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