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No pensaste que este camino no era dulce, ni que los altibajos que te encontrabas rompían una armonía que en tu mente habías acomodado. Pensaste que detrás de cada tempestad llegaría la calma y como el arcoiris, los colores iluminarían tu vida y allanarían el camino hacia tu recompensa. Al final de ese camino el caldero de tu perfecta sumisión. Tu imaginación te jugó demasiadas malas pasadas. Buscabas esas tormentas para poder encontrar ese camino adoquinado de dolor y placer, encharcado de sangre, flujo y saliva, pero cada vez que la tempestad amainaba, el camino se borraba y solo quedaba el dolor de algo que no llenaba tu fuego.

Te creías fuerte porque volvías a buscar esos truenos que azotaban tu piel sin ningún tipo de sentido ni equilibrio, buscando satisfacer la mezcla del sabor salado de tu sangre con el dulzor de algodón de azúcar que siempre pensaste debía saber el semen de quien te dominaba. Descubrías entonces que no había nada más amargo que utilizasen tu deseo de sumisión para llenar las alforjas de la vanidad, mientras tú, alzabas la vista y sentías que en algún lugar, una tormenta crecería para ti, tu tormenta perfecta.

Entonces veías otros arcoiris y no entendías porqué esos colores no te envolvían y te dejaban tendida en el jardín de un edén que mil veces habías imaginado. Querías sentir la humedad febril de un vergel donde toda tu esencia se concentrase en las manos de quien te había elegido y demostrabas que eras perfecta para absorber toda la vorágine de sus pasiones. Pero nadie nunca te dijo que ese camino sería tu mundo de color, nadie te dijo que la perfección no se encontraba en el trayecto, oscuro y retorcido, pesaroso y maldiciente, donde cualquiera podría asaltarte y demostrarte que tu sumisión solo estaba al servicio de el mismo.

Nadie te dijo lo duro, frustrante y perverso que sería. Nadie te lo dijo hasta que un día, sin darte cuenta, llegaste al final del camino y cavaste con tus manos desnudas la dura tierra hasta encontrar el verdadero tesoro, la puerta que abrió el colorido mundo de tu sumisión. Nadie te lo dijo hasta que viste tu mirada en el espejo y mis manos en tu cuello. El color de la vida volvió.

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