Atarte.

Atarte es un arte. Desplegar los sentidos a través de las manos y trasladarlos al roce de la cuerda por tu piel, deslizándola con suavidad y deseo, con firmeza y seguridad, es un arte. Indicarte como debes colocarte, disfrutar del calor que despiden tus labios cada vez que anudo, tenso, tiro. Comprobar que hay espacio, que estás libre dentro de mi cautiverio, repasar con las yemas la silueta que forma la unión de tu cuerpo y mi mente trasladada al cáñamo. Tirar, verte sonreir, tirar, oirte gemir, tirar, notarte en lo más profundo de mi ser. Arte, mi obra, mi escultura, mi vida.

No hay dolor en el bondage. Se puede hacer y se puede dar claro, pero no es el objetivo principal. A través del bondage se llega al placer. No hay miedo en el bondage, su fin es la calma y la paz, un camino para encontrar una comunión entre el dominante y el placer de ambos. Luego, está claro, se puede jugar y explorar los límites hasta encontrarlos si los hubiese. Atada, cera, es una combinación perfecta.

Cuando uno no ha entendido que las cuerdas son un medio para proporcionar placer a la mujer, entonces no ha entendido nada. Cuando uno no ha entendido que el estado de la mujer debe ser la calma para poder disfrutar de estas ligaduras que harán que se acerque aún más a ti, entonces sigue sin entender nada. Podemos pasarnos todo esto por el forro y hacer lo que nos salga de los cojones, porque para eso somos dominantes. Te ato y me piro a tomarme unas cervezas con los amigotes. Es seguro, ahí tienes unas tijeras y una botella de agua por si te entra sed.

Cosas así hay que leer. Y cosas así nos tenemos que tragar y con ello polinizamos las mentes de las sumisas. Entonces llegan a ese momento acojonadas, entregadas eso si, porque confían en el dominante, pero temerosas porque no saben lo que en realidad harás. Y la realidad debería ser bien distinta, ese momento, ese arte, solo debería ser un instante de unión y placer.

Torturarte.