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La vida, ese devenir de sensaciones que nos esforzamos de enlatar, buscando la jaula suficientemente resistente para que no se escapen. Ese pensamiento que siempre le había perseguido ahora se hacía vívido, podía olerlo, escucharlo, saborearlo. Pero cuanto más se esforzaba en dejarlos libres, más se daba cuenta de lo que significaban.

Todos aquellos sentimientos recorrían el cielo, todas las emociones recorrían el mar. En aquella libertad en la que estaba sumido, mirase donde mirase, el azul lo llenaba todo. Y sólo podía sonreír. Y no podía dejar de hacerlo. Poco a poco fue soltando la guía, experimentando y con cautela aprendiendo de los errores y de los éxitos. ¡Qué éxitos! El calor que aquel poder le otorgaba, tan invisible como invencible le hacía estar a medio camino de todo. Era él el horizonte, la confluencia del cielo y el mar y cuando estaba en paz, todo fluía con sentido. Allí no había tormenta porque él era también el trueno que hacía temblar lo demás. El azul se convertía en gris, el cielo plomo caía sin remedio sobre el mar furioso de sus manos. Allí, en aquella línea, los gemidos ya tenían el mismo sentido que los gritos, el amanecer del dolor y el ocaso de la violencia.

Era el azul de la experiencia la que le hizo llegar a la primera cima, la del conocimiento de si mismo. Con los pies caminaba sobre las aguas y con las manos acariciaba el pálido cielo que lo guardaba todo.

Ya tenía claro que las emociones y los sentimientos tenían que estar en libertad para enjaular lo realmente esencial. El sometimiento.

Wednesday

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