https://unoesloquemuestra.com
Seleccionar página

Hay una mala costumbre en creer que conocemos nuestros límites. El café estaba amargo y le hizo sacar una mueca que mezclaba el desagrado con el placer. La lengua áspera percibía los matices y desde fuera solo se veía a un hombre distante, agotado y frío. Desde dentro era una llamarada escupida una y otra vez que se topaba con la presión de los pulmones para no levantarse y gritar, para no desollarse los nudillos contra los muros silenciosos que atribulaban su cabeza. Sin embargo necesitaba quemarse, arder, brillar, arrasar con aquello que tenía delante de él.

Siempre descalzo, o eso imaginaba ella, los puños cerrados y la ausencia de aparatos y artilugios. Huía de ellos a su parecer y pocas veces utilizaba algo más que su cinturón, ese cuero frío que se convertía en lava ardiente cuando castigaba la piel de sus nalgas. Sin anillos, sin adornos, vaqueros destruidos y camiseta negra, empapada por el sudor que le goteaba desde la barba mientras las venas, pulsantes, domaban el tiempo con los latidos.

Dejó la taza aún caliente sobre el suelo y ató más fuerte que de costumbre, dejando las rodillas juntas y clavadas en la alfombra de pelo largo y suave. Con el pie le hizo arquear la espalda, deslizando los dedos desde el culo hasta la nuca, que presionó con energía. Desde ahí ella podía ver los cordones de las botas, tan arremolinados como su barba. La luz de las velas creaba fantasmas que se proyectaban en las paredes y el espejo, enorme y excesivamente barroco, le dejaba vislumbrar el brillo de los ojos tapados por el cabello. Le recogió un moño improvisado con dos palillos que habían sobrado de la frugal cena de maki y sintió su desnudez partiendo desde el cuello desnudo y dispuesto.

La cera comenzó a gotear y a dibujar regatos en las nalgas primero, bajando hacia sus piernas. Luego en sus caderas que hicieron que su abdomen se contrajese, endureciéndose al mismo tiempo  que la cera. Con el pie distribuía aquí y allá, como si dibujase alguna oscura perversión. Cuando la cera, comenzó a discurrir por el ano, intentó apretar las nalgas, pero el cinturón, restallando en la piel lo evitó, una y otra vez. La vela se consumió cuando le ordenó abrir la boca. Las fibras de la alfombra se encapricharon de la lengua, empapándose de saliva hasta que el semen goteó como la cera de la vida hasta su garganta, mientras gruñía como una bestia infernal apagándose poco a poco.

 

Wednesday

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies