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La hoja estaba fría, sus ojos ardiendo. Mis manos apoyadas en el lavabo esperando que su respiración se agitase como una tormenta. Llevo horas con las bragas empapadas, me dijo. Lo huelo desde aquí le contesté. Era una fruta pervertida, una mezcla curiosa de deseo y acojone, mezcla que hace de un cuerpo femenino lo más parecido a un megatón sexual. Se acercó sin dejar de mirar el cuchillo, temerosa aun aunque sus pezones pugnaban por romper la camiseta. Retorcí uno de ellos y se escapó un gritito, casi gemido, que se ahogó cuando el filo de la cuchilla entró entre sus nalgas. Mis dientes se clavaron en el cuello, saboreando los latidos acelerados en el discurrir por sus venas. El cuchillo fue aprisionado por su culo pero un tirón con los dedos en el pezón y el grito posterior lo liberó. Entonces cortó la tela, dejando una hermosura al aire, dispuesta para ser moldeada.

Clavé el cuchillo en la puerta mientras giraba su cuerpo. El sudor impregnaba su piel y con una mano deslicé las bragas empapadas y cortadas hasta su cara. Se las metí en la boca y la tapé con la mano, presionando fuerte. Ella se pegó a mi tanto que mis colmillos desgarraron su carne, dejándome el sabor metálico de la sangre espesa en la boca. Me quité el cinturón y até sus manos por detrás de la espalda empujando su cuerpo hacia adelante. Apoyé su cara contra la tapa del inodoro y observé con atención su culo.

El grito resonó ahogado por sus bragas mientras mi polla perforaba su culo. La espalda, perlada de sudor se arqueó hasta que su cara se pegó a la mía. Así me quedé unos instantes, esperando. Notaba sus latidos en mí. Entonces empezó a moverse, primero despacio, sintiendo el dolor desgarrador y como empezaba a mezclarse con el placer. Pellizqué el clítoris para que confundir su dolor. Cerró los puños tras su espalda y entonces salí de ella. Le quité las bragas de la boca y me miró sorprendida, no entendía porque me había detenido.

No dejo de pensar en la tarta de chocolate, le dije mientras liberaba sus manos y me ponía el cinto.

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