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Como las ráfagas de las cámaras, captaba las imágenes que sobresalían y desechaba las que le parecían irrelevantes. Ella decía que era poco fotogénica y él pensaba que todos decían lo mismo. Nadie se escapaba de aquello. Entonces enfocaba y se acercaba en un zoom lento hasta el iris de su ojo. Luego brillaba por la luz que entraba por el ventanal. capturaba ese momento que nunca guardaría para sí y que a cambio le entregaría a ella. Luego se iba alejando mientras el parpadeo conducía a la sonrisa. Se mordía el labio, pero eso lo hacía siempre, de manera inconsciente o no. Daba lo mismo. El rostro hermoso, suave, el pelo alborotado por ella misma en un intento de parecer salvaje pero que en realidad escondía la vergüenza de sentirse así de expuesta. Apoyaba las manos en la pared, clamando el ímpetu que le empujaba a tirarse a sus brazos.

Luego, bajaba la cámara y se enroscaba la cinta alrededor de su muñeca hasta que se fijaba en la palma de la mano. El zoom se transformaba en un acercamiento silencioso, con los pasos amortiguados por la alfombra y los pies descalzos. Luego con la otra mano acariciaba las mejillas y ella acompañaba el gesto con un movimiento infantil de la cabeza. La nuca erizada y el pelo, de pronto, acometido por una presa difícil de combatir. El gritito de temor y deseo le hacía ponerse de puntillas. Mucho mejor así. Arrastraba su pequeño cuerpo, casi en volandas hasta la cama, donde la dejaba enjaulada para que se moviese como le viniese en gana. Ella a cuatro patas merodeaba las lindes mientras se relamía. Aquel juego sí que le gustaba. Y ella se gustaba porque él disfrutaba de aquellos movimientos. Las fotos se hacían casi sin querer. Imaginaba que estaba tras unos barrotes invisibles mientras era observada y puesta a prueba. Con cada movimiento la ropa se iba separando, la falda se subía cada vez un poco más, dejando ver la presión que los labios sentían y el palpitar del flujo deseoso por esparcirse en los muslos.

Cuando dejó la cámara y se acercó hasta el borde, ella se tumbó boca arriba y con los pies descalzos, hábiles y precisos, le desabrochó el cinturón y se lo enroscó en uno de los tobillos para que se deslizase por la cintura. Luego se lo ofreció levantando la pierna y estirando el pie todo lo que pudo. Sonreía porque sabía que estaba haciendo lo correcto. Después le desabotonó el pantalón y frotó la planta de un pie primero y de los dos después. Gruñó y ella se encendió aún más. Se levantó la falda y se abrió de piernas. Se lamió un dedo y separó los labios pegajosos.

El golpe del cinturón fue certero y la salpicadura perfecta. Cerró las piernas por el dolor, pero él no le dejó. Se abalanzó sobre ella agarrando el cuello con fuerza mientras golpeaba una y otra vez el coño empapado. Cuando los ojos ya vidriosos y perdidos en la blancura del orgasmo se abrieron, volvió a coger la cámara y clavó el objetivo en el rostro capturando la puta vida escapándose en el placer de sus gemidos.

 

Wednesday

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