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Ahogarse en agua, hacerlo en angustias, inundarse los pulmones de deseos. Inmovilizada, luchaba con todas sus fuerzas contra los demonios que liberaban sus fobias y apresaban su cordura. El agua helada atenazaba los miembros atados, el metal arrastraba su cuerpo al fondo de la negrura de un abismo que deseó conocer y del que ahora quería escapar, los pies, anclados al Leviatán tiraban de su cuerpo y nada había que evitase aquel hundimiento.

Muncho antes, cuando solo paseaba por las orillas de aquella inmensa masa oscura de la que se sentía atraída, mojaba los pies cuando las olas morían en la playa, empapando los dedos que como los sueños, se clavaban en la arena, imaginando que lo hacían con firmeza para darse cuenta de que el agua, al retroceder deshacía la tierra compactada, convirtiendo lo que antes era firme en un fango oscuro. De vez en cuando se atrevía a mojarse un poco más, no demasiado porque aunque le atraían aquellas turbulentas y opacas, el temor a sentirse arrastrada sin una salvaguarda era aún mucho más poderoso.

Los paseos se hicieron más regulares, las incursiones en las aguas más numerosas, el tiempo sumergida, mayor. Aprendió a sentir confianza de lo que sus deseos le pedían y con cautela se fue aprendiendo caminos, sabiendo en que playas podía empaparse y cuáles no. Pero eso no fue suficiente.

Mientras en cemento se fraguaba se daba cuenta de los errores. Al principio, como la masa viscosa, el calor se apoderó de su cuerpo, las reacciones exotérmicas que sentía en los pies las sintió mucho antes en su pecho y en ambos casos, nublaron su juicio y su cordura. Dejó de seguir sus propias normas, las que siempre le habían mantenido a salvo para dejarse llevar por una fiebre enceguecedora, por los cantos de sirenas de aquellos que alzaban la voz desde alta mar.

Ese calor insoportable destruía las fibras de su piel e iba escalando hacia las cumbres de sus ideales, rotos ya cuando la gélida y oscura masa de agua enfrió cada una de sus terminaciones nerviosas. Recordó en un instante efímero aquello por lo que merecía la pena haber sentido muchas de aquellas cosas, miradas, gestos, golpes, marcas, gritos, gemidos, placer y dolor que ahora se perdería en el fragor del oleaje.

La luz se desvanecía y su consciencia también, sus propios fracasos y decisiones erróneas le habían puesto en aquella situación, entrego su confianza, su dolor y su placer al frío y oscuro sinsentido.

La negrura la engulló y quemó sus entrañas.

 

Wednesday

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