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La lluvia arreciaba y el sonido de las gotas chapoteando en los charcos siempre le había parecido melancólico. Sonrió hacia dentro al darse cuenta de lo mucho que la vida cambia desde los pequeños matices. Miraba como la gente esquivaba los charcos evitando así mojarse el calzado o la ropa, dando saltitos de aquí a allá y entrechocando los paraguas en cada una de las piruetas. Junto a ellos, algunos niños los cruzaban como si no existieran, como si empaparse fuera algo natural. Miedo y libertad le pareció. Algunos, los más audaces, saltaban sobre ellos revolcando el agua y consiguiendo que los adultos gruñeran en defensa de sus corazas. El agua esparcida era un puñal que les recordaba la madurez y la inocencia perdida.

Cuando bajó del coche los tacones se sumergieron en el agua y el paraguas permaneció cerrado. Se levantó el vestido para no dejarlo atrapado en la puerta del vehículo y comenzó a caminar. Estaba en tierra de nadie, comportándose como los niños y vestida como los adultos, salpicaba en cada zancada, embarrando los zapatos y los tobillos sin que aquello supusiese un problema. Curiosamente los niños dejaban de jugar cuando pasaba y los adultos ralentizaban el paso intentando entender algo que hacía muchos años habían dejado atrás. Tras la puerta enrejada, se perdió por un oscuro pasillo y en la calle todo volvió a ser como antes. Los niños saltaron y los adultos gritaron.

Dejó las cosas sobre la mesa sin casi hacer ruido y se quitó los zapatos. Caminó descalza y humedecida hasta el ventanal. Las huellas de los pies habían dejado un rastro visible en el suelo de madera que él siguió sin problemas. Aun lloviendo, la luz que entraba a través del cristal era considerable y permitía ver las pequeñas motas de polvo suspendidas alrededor del pelo húmedo y los hombros perfilados. Ella apartó la cortina para que la claridad inundase la piel e hiciese que brillase sobre la multitud de gotas que la recorrían. El vestido se deslizó hasta el suelo sin esfuerzo. Por detrás, él se quitó el cinturón con ese siseo que a ella le hizo mojar un poco más las bragas. Le rodeó el pecho con él y lo cerró con los brazos en la espalda. Olió su nuca, como siempre y con un violento gesto le separó las piernas. Luego apretó un poco más y hurgó en su coño mientras tiraba del pelo mojado hacia atrás.

Tembló y la sostuvo, gimió y respiró su aire y cuando sacó los dedos volvió a llover en el salón empapando el suelo y los pies descalzos. Traía vida y charcos, como siempre.

 

Wednesday

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