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Toda aquella complacencia, toda aquella seguridad no era más que una fachada, una manera de ponerse la venda antes de la herida. Todo era de cara a la galería, lleno del postureo infernal del que si no participas te sientes desplazado, imaginando la madurez como una nueva adolescencia. Sentía que tenía que pertenecer al grupo o a varios si era necesario. El rechazo nunca estuvo entre sus planes así que observó y siguió la corriente como los salmones remontando el río, camino a las fauces de los osos hambrientos.

Y en ese trayecto donde al principio las aguas eran mansas y dulces y la felicidad, como el oxígeno llenaba los pulmones, aprendía y experimentaba, echaba un vistazo a las secuelas de las modas y entendía todo, la caballerosidad, la palabra ligera, la compostura, los principios básicos, imaginando el trayecto libre de guijarros y con agua tan limpia que todo era posible observar. Incluso la basura que iba río abajo era capaz de esquivarla porque se acercaba chapoteando por la superficie. Su sonrisa iluminaba el fondo liso y terroso que de golpe se convirtió en una masa enorme de guijarros moldeados por las aguas más bravas que ya descendían sin rubor.

Tuvo que tensar los músculos y esforzarse más de lo que creía para aguantar las embestidas de las rocas y ramas, cuerdas y otras que como ella, pretendían obstaculizar su recorrido. Algunas heridas, superficiales al menos, marcaron su carne pero no frenaron su ímpetu. Sin embargo, remontar aquel río se convirtió en una pesadilla cuando la espuma y el agua rabiosa formaba remolinos que intentaban llevarla al fondo, los pescadores, ávidos y hábiles con sus cañas, lanzaban anzuelos con carnaza que distraían sus emociones. Mordió algunos y fuera de su elemento, casi no podía respirar, sintiendo las agujas clavarse en su carne y los dedos arañar su piel. Se escabullía, no sin suerte, para darse de bruces con una pared infame de agua espumosa, y era la rabia la que le impedía avanzar. Cuando alzaba la cabeza sobre la superficie, creía ver a aquellos enormes osos, con las fauces preparadas para desgajar y clavar en su carne.

“¿Cómo saber encontrar el camino adecuado?” se preguntaba intentando escudriñar cada metro de aquella barrera voraz y sintiendo como los que antes acompañaban sus risas, ahora empujaban hacia el fondo. “¿Cómo saber llegar hasta el final de aquel recorrido si nadie es capaz de ayudarme?” volvía a preguntarse. Quizá no debía tener ayuda, eso podría hacer que su entrega fuese más débil, pero nunca creyó aquello. No tenía sentido ser y buscar lo que era por si sola cuando en realidad lo que llevaba necesitando desde que comenzó el camino era alguien que fuese por la orilla, observando cada una de sus decisiones, corrigiendo las erróneas y gratificando las adecuadas, o sin más, estando allí. “¿Cómo saber encontrar el camino?”

Volvió a asomar la cabeza y aquel oso miraba fijamente, con el agua chorreando de su pelaje y la sangre de otras como ella escurriéndose entre los dientes. Sin palabras, solo la mirada, ella se impulsó y saltó con todas sus energías cayendo junto a una de sus enormes zarpas. Se sintió perdida y asustada, conociendo de antemano su final. El oso levantó la pata y cubrió con ella todo su cuerpo empapado en sentimientos y un gruñido dejó claro a los demás depredadores, que esa, era suya y que quién quiera que se acercase probaría sus dientes y su furia.

No necesitaba saber, sintió. Él sabría.

 

Wednesday

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