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El goteo era incesante. Sentía como sus dedos derramaban las lágrimas acumuladas y ella, tumbada a sus pies, destruida pero intuyendo feliz, empezaba a no ser suficiente. Aquel no era el plan si es que alguna vez lo hubo. Los días se estaban acumulando en su espalda pero sentía que caminaba por una cinta, engañando a los sentidos y a su mente, haciéndole creer que iba a algún lado cuando en realidad, estaba en el mismo sitio desde hacía ya… Había perdido la cuenta. Desde la altura miraba el cuerpo desnudo, escuchaba el sollozo entrecortado por la respiración salvaje, el pelo escondiendo el rostro del dolor mientras en el suyo solo se reflejaba el del fracaso.

Miraba alrededor, la casa de sus sueños, la vida que había esperado, las sensaciones externas eran las correctas, el lugar, el momento. Pero el vacío se incrementaba en su interior. Sabía cuánto dolor podría proporcionar y luego curar, restablecer el compromiso de sus actos con las heridas, mascullando que era el mejor en cada momento para ella, limpiando los cortes o las laceraciones, besando pieles. Besando pieles, siempre de la misma manera, autómata, matemático, sustituyendo los ceros y los unos por los síes o los noes. Una afirmación y una negación que podría contener todo el significado del mundo. Sin embargo ahora, sin impulsos, solo era un mero interruptor. Si. No.

Pero el vacío continuaba en carrera, en una inexorable bajada a un abismo que nunca debió aparecer y del que ya había salido más de una vez. En esa caída las cuerdas le importaban poco, el dolor, la sangre o los gritos los hubiese vendido, regalado a los recuerdos. No sabía si se despreciaba más por ellos o por él mismo y todo aquello le hacía temblar. De miedo, de rencor, de rabia, de emoción, de pena. La pena que produce no poder respirar. La pena que produce la congoja de la imposibilidad de poder mirar hacia atrás y recordar la luz en lugar de las sombras y ahora, con aquel cuerpo tendido a sus pies, rememoraba. Cada herramienta tenía un significado pero hoy, ya, se había desvanecido. La angustia de lo inexorable le hizo coquetear con el vómito y cerró los ojos, como si estuviera esperando.

El abrazo, cálido e intenso por la suavidad le llenó de calor, de lágrimas y de vida. Un abrazo imaginario desde atrás, Pequeña, Pequeña y unida a él desde el recuerdo. Pero el recuerdo había quedado atrás, ahora, autómata, matemático, debía cuidar de quién se había entregado a sus pies.

 

Wednesday

 

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