Había olvidado cuánto le gustaba sentarse en los escalones y mirar a lo lejos donde comenzaba el pequeño bosque. Estaba lo suficientemente alejado para no ver entre los troncos de los árboles, pero tan cerca que, al caer la tarde, el frescor llegaba con ligereza y recorría los ventanales y la pequeña entrada. La madera estaba caliente, forcejeando durante todo el día con el sol veraniego y crujía cuando él caminaba de un lado a otro. Ella miraba el horizonte limpio tan solo recortado por las copas frondosas. Hablaban de cosas intrascendentes, sencillas, intentando descansar del ajetreo diario. Él tallaba la madera con una pequeña navaja, o eso creía, y ella se secaba el sudor de la frente con un pañuelo que aún olía a lavanda. En aquel punto, las diferencias entre ambos habían desaparecido. Pensaban como una unidad y así lo sentían. Las palabras solo les servían para amenizar momentos de descanso. El silencio iba siempre acompañado de la mirada o algún gesto, una sonrisa cómplice o un cachete en el trasero. De eso ambos iban sobrados.
Otra vez mirando aquellos árboles, le dijo mientras daba un sorbo a una botella que sudaba más que ellos dos juntos. Se la pasó sin mirar y ella la recogió para dar un largo trago. Estaba tan fría que notó como el esófago se encogía.
Siempre he sentido curiosidad por saber cómo se nos vería desde allí. Observar desde la lejanía nuestros movimientos despojados de sonido. Se enjugó una gota que se empezaba a deslizar por la barbilla. Allí escondida, parapetada tras los árboles, segura de no ser vista y analizar nuestra vida. No me tomes demasiado en serio, hace demasiado calor todavía. Le devolvió la botella sin dejar de mirar al bosque.
Me gusta mirar de cerca, es la única manera de conocerme, de conocerte. Desde allí seríamos un borrón entre tanta luz. No sería capaz de distinguir ningún patrón o rutina, solo movimientos repetitivos y diarios a los que le tendría que poner voz para que no fuesen anárquicos y tuvieran cierto sentido. Prefiero tenerte aquí y compartir el frío y el calor, la humedad y la sequía. Saber que respiramos el mismo aire y entendemos los sabores de la misma manera. No te ofendas, pero vivir una vida desde allí solo puede tener un destino miserable. Terminó la bebida y la dejó sobre el suelo de madera que se fue mojando con las gotas de agua que se fueron deslizando por la botella dejando un cerco que tardó muy poco en secarse.
Te entiendo. A veces y por suerte no pensamos de la misma manera. Ni sentimos ni padecemos. Tampoco los anhelos son los mismos y las coincidencias, por esas mismas razones, son maravillosas. Sin embargo, creo que en ocasiones es bueno alejarse para tener una perspectiva global. Le oyó asentir con una especie de gemido que se parecía más a un gruñido. Sonrió por eso. Aquellos ruidos tan personales le daban mucha información, aunque casi siempre la entendía demasiado tarde.
Sé que te gusta ese bosque y que a veces vas a perderte allí. Lo sé porque a mí me gusta mirar desde aquí en la lejanía y ver con sus silencios cómo te mueves y buscas. Ella se giró sorprendida. No esperaba que en algún momento se hubiera fijado en sus paseos o que les hubiera dado la importancia que para ella tenían. Hace días que no acudes. Sé que ha habido mucho trabajo por aquí, pero he querido que supieras que me importa. Voy a entrar y voy a coger mi cuchillo, así que corre hasta el bosque e intenta perderte o encontrar mi sorpresa, porque en cuanto salga, iré en tu búsqueda. Pienso darte caza a no ser que te vea balancear entre las ramas. Si no lo consigues te traeré a rastras y dejaré un reguero de sangre que irá desde allí hasta aquí.
Se levantó y entró dentro de la casa. Durante unos segundos se sintió aturdida por el inesperado mensaje, pero luego, todo el fuego de su interior la levantó como un resorte y comenzó a correr a toda velocidad. Había tantos alicientes en aquello, que incluso el miedo se quedó atrás en aquella carrera desesperada.
Wednesday