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Tenía su puntillo hacerlo a escondidas. Escaparse de lo cotidiano para buscar aquellas cosas que transgredían lo establecido. Le temblaban las piernas mientras que sus manos agarraban con fuerza el pasamanos de la escalinata. Notaba la lengua deslizarse entre los labios empapados mientras intentaba mantener el equilibrio de puntillas y en escalones separados. Hubiese sido mejor si en lugar de pantalones vistiese una falda de vuelo. Todo habría sido más fácil pero seguro que no tan divertido. Cuando se corrió, los músculos se relajaron y dejó caer el cuerpo sobre la cara del chico al que hacía menos de una hora había conocido. Luego apretó las piernas, se mordió el labio y le sonrió con cara de aprobación. Él con la cara congestionada le regaló un último lametón. Abajo se había creado expectación y se amontonaban curiosos que no dejaron escapar la oportunidad de ver como gemía. Cuando bajó las escaleras, sintió la lasciva en las miradas y con esa aura fue abriéndo camino de la misma manera que Moisés lo hizo con el Mar Rojo.

Cuando llegó a casa dejó el bolso en la entrada y sin quitarse los zapatos se dio cuenta que tenía el vaquero empapado. No había ayudado que en su regreso, el taxista le hubiese metido mano bajo la tela y maltratado su clítoris mientras la llamaba suavemente zorra. Cuando entró en el salón se tapó inconscientemente su entre pierna con el abrigo e intentó no sonreír de manera forzada. Cuando él la miró ya se dio cuenta de que lo sabía. No los detalles ni los porqués, pero lo sabía. Sintió el pudor de imaginar que olía a sexo y sin darse cuenta se sintió sucia. La tranquilidad y la confianza que tenía horas antes había desaparecido de un plumazo y se sintió increíblemente pequeña cuando él se levantó y se acercó. Pasó su mano por la nuca y apretó los dedos, luego sonrió e hizo que se girase dándole entonces la espalda. Fue cuando escuchó el sonido metálico y el frío comenzó a recorrer su espalda al mismo tiempo que la tela se iba desgarrando. Cuando llegó al sujetador paró, hizo un poco de fuerza y cortó el cierre, luego los tirantes y la blusa junto con el sostén cayeron sobre sus pies tapando así la punta de sus tacones. El viaje del acero continuó hasta llegar a las cinchas de la cintura del vaquero. Ahora necesitó de la otra mano para separar la tela de la piel. Clavó la hoja y rajó con precisión pasando el filo por entre sus nalgas aún empapadas por las maniobras del taxista. Sintió entonces vergüenza. Despedazó el vaquero y el tanga que chorreaba placer. Cuando terminó su cuerpo sólo estaba vestido por los tacones y la vergüenza.

Dio gracias de que no viera su cara en ese momento. La luz rojiza que bañaba el salón confería al lugar un aspecto sórdido y artificial y, aun así, estaba segura al estar en casa. Entonces notó las manos en las caderas y como con una ligereza inusitada hacía que se girase hasta tener su barba a la altura de los ojos. Siempre se sorprendía del ancho de sus hombros y su imponente presencia. Levantó un poco la mirada y vio sus ojos encendidos al tiempo que mojaba el acero en su coño. El escalofrío recorrió toda su espalda, el filo cortante acariciaba los labios y el clítoris inflamado moviéndose tan despacio que le dieron ganas de sentarse sobre ella como había hecho con el joven en las escaleras. Ensimismada en esos pensamientos volvió a la realidad cuando la otra mano apretó su cuello, la carótida constreñida por el pulgar y la sangre peleando por seguir su camino anticipaba un viaje de recuerdos imborrables. Conseguía que entrase en ese estado enajenado en el que él podía hacer lo que le diese la puta gana y ella, complaciente, lo haría.

Acercó su barba a su oído y le susurró algo. Cerró las piernas para notar un poco más el acero, el filo cortante que tanto miedo le daba y que ahora era una prolongación de su amor por él. Has venido vacía, le dijo. Se corrió con el temblor de las vocales y el corte de las consonantes, sintió el flujo líquido desbordándose por sus piernas y llenando el suelo de placer. entonces el acero desapareció, la presión en el cuello también y la tensión en el pelo la tiró al suelo. Pisó su cara con los pies descalzos y la empujó hasta el pequeño charco que había dejado en el suelo. Lame, escuchó.

Y ella no pudo ser más feliz.

Wednesday

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