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Odiaba la lluvia, el frío, los olores intensos, el tacto rugoso, el silencio vacío si no era llenado por el suyo, el hastío. Odiaba la lectura rápida, las entrelíneas complejas y calamitosas, los truenos ensordecedores, la gasolina. Odiaba tantas cosas que apenas se daba cuenta de todo aquello que le apasionaba. Odiaba el dolor, el físico insoportable y el mental, que desgajaba sus entrañas en bucles de desesperanza. Pero sentada en aquella silla, todo eso le parecía solo un rumor en el tiempo que se iba perdiendo entre las vocales poderosas salidas de su pluma, las consonantes ligeras que saltaban de línea en línea tocando en los sitios exactos, punzadas de placer, o de dolor, ya no lo sabía.

Todo su experimento vital había sido con el sol, con el olor a romero, la brisa del mar, la sal de la piel, al placer inmenso que ella se proporcionaba o se buscaba dependiendo del momento o la situación. Siempre la curiosidad había ido por delante, por eso hasta hacía bien poco, su mundo era una cuadrícula absolutamente perfecta, una Gran Manzana de placer y sensaciones de vida que nada podría cambiar. Sin embargo, aún sintiendo todo aquello, sabiendo que en esencia esa era su realidad, empezó a sentir unas punzadas imaginarias de deseo descontrolado, una necesidad de traspasar los límites de esa cuadrícula que ella había construido. Nunca pensó que aquello lo pudiera hacer la imaginación de otro.

Todo a lo que nunca prestó atención estaba junto a ella, sentado impasible y silencioso, incomodando de una manera que no sabía catalogar. Se preguntaba como ese placer que deseaba llegaría a través del dolor. Siempre supuso que el dolor infligido por mero placer le provocaría pánico. Un pánico no solo por lo que ella creía poca tolerancia a soportarlo sino por ver la cara de quién lo hacía. Le dio pavor. Le dio pavor y mojó las bragas. Esos instantes previos a saber que le iban a rozar, o cuando los labios se acercaban a sus lóbulos, el instante antes de sentir los dientes en el cuello o en los pezones, el roce casi imperceptible de los dedos por encima de la tela que separaba el mundo de sus labios empapados. Cerró los ojos instintivamente y el susurro penetró tan fácilmente que se estremeció. El dolor es solo eso, una sobrexcitación de las terminaciones nerviosas.

No esperaba aquel comentario en verdad, pero entonces sintió como su cuello se doblaba hacia atrás por la fuerza del tirón de su pelo. Este dolor es suave, sencillo, intenso y momentáneo, por eso has gemido. Porque el placer de esto se ha adueñado del dolor que produce. Seguía el susurro perpetrando sonoras violaciones y ella se removió un poco en el asiento. Si agarro tu cuello y aprieto, prosiguió con voz baja, el dolor no es físico aún, pero el miedo al ahogamiento es patente. Soltó tan suavemente como comenzó a apretar. El estallido de dolor provino de sus pezones, aprisionados por dedos poderosos que retorcieron cada centímetro de piel hasta límites que nunca había traspasado. Gritó, gritó mucho. Esto es dolor, gratuito quizá, necesario a veces. Este dolor te devuelve a un estado más real y te prepara para darte cuenta de lo que puedes llegar a soportar. Ella giró la cabeza y le vio tranquilo, aparentemente nada exaltado. Los pezones, ambos, latían con fuerza, intentando despejar ese dolor y repartirlo en el aire que empezaba a ser díficil de respirar.

Cuando se él se levantó tiró de su pelo con tanta fuerza que levantó su cuerpo hasta ponerlo de puntillas. Con un simple gesto ella golpeó el blando colchón de la cama y sintió que empezaba de verdad. Colocó la rodilla sobre su cuello, sin casi presionar, pero demostrando que podía inmovilizarla sin mucho problema. Le arrancó las bragas con una facilidad que le sorprendió, hacia un lado, cuidadndo de que la tela no rozase ni apretase su clítoris. Lo agradeció con un gemido suave. No cabe duda, habló, de que tu coño es tuyo, tu cuerpo es tuyo, tu mente es tuya. No cabe duda. Simplemente el dolor lo tolerarás cuando en momentos determinados, sean cortos o extensos, tu coño, tu cuerpo y tu mente sean míos. Pellizcó el clítoris suavemente y ella arqueó la espalda. Placer, dijo. Después lo golpeó con la palma de la mano. Placer y dolor en un mismo instante, volvió a decir. El latigazo llegó sin avisar. Dolor.

Todo es cuestión de lo que estés dispuesta a soportar, todo es cuestión de que quieras aprender a soportarlo, todo es cuestión de desear. Entonces acarició su coño y llevó las manos a su boca. Metió los dedos y hurgó en su lengua. Ella saboreó su flujo. Delicioso.

No hay placer si uno no lo desea, no hay dolor si uno lo desea. El dolor es la sorpresa del placer le dijo. Y a todos nos gustan las sorpresas. Es la manera de sacar nuestros demonios.

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