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El movimiento fue tan brusco e inesperado que no lo sintió. La presión de sus dedos en el cuello y como se iban clavando en los músculos le hizo temblar. Más aun cuando sintió que ni podía respirar ni exhalar el poco aire que tenía en los pulmones. Fue tal la violencia que la silla se deslizó hasta el extremo de la habitación y ella, con su cuerpo vaporoso, chocó bruscamente contra la pared. Apenas podía apoyar los pies en el suelo y solo con las puntas de los pies conseguía mantener el equilibrio. Quizá había sobrepasado el límite, quizá jugo demasiado con fuego con las insinuaciones y amenazas. Recordaba como durante toda la cena él le había dicho que lo dejase estar, que era suficiente, pero ella, juguetona quería enfadarle. Nunca le había visto así.

Al no poder mover la cabeza no podía dejar de mirar sus ojos negros, la noche se había apoderado de él, la oscuridad y con ella, venía el tormento en forma de fuego que ya vislumbraba en el fondo de su mirada. Pero esa intensidad, ese miedo, ese poder que brotaba de las yemas de sus dedos clavados en su piel, ese ardor al comprobar como las mandíbulas presionaban los dientes que furiosos dejaban escapar un reguero de saliva violenta. Deseo poder lamerle y calmarle pero era demasiado tarde.

Empujó su cuerpo como si hubiese apartado una rama y lo estampó contra el suelo. Ella ya rendida desde hacía minutos intentaba componerse y al alzar la mirada y las primeras lágrimas brotar, sintió el cuero del cinturón golpear el suelo que ya no era frío. Intentó acomodarse pero él no le dejó. Utilizó el cinto para atar sus muñecas entre sí y al cuello. La hebilla hacía ahora de una tosca gargantilla. Tensó el cuero hasta que ni sus manos pudieron moverse ni su cuello pudiese girar o flexionar. Hizo que se sentase en una silla de respaldo abierto y le arrancó la camisa, cortó el sujetador con un frío cuchillo y empezó a anudar unas cuerdas a su alrededor. Con cada vuelta, más presión, más sensibilidad, más dolor. Cuando sus lagrimas ya bañaban sus pies, presionó los pezones con unas palillos a modo de pinzas, dejándolos al descubierto.

Ella mojaba la silla esperando su castigo, se había portado mal a propósito, lo merecía. Él se sentó frente a ella, abrió una cerveza muy fría y pasó la botella por los pezones amoratados. Gritó, mezcla de placer y dolor.

Tu castigo, dijo será este. Ver como me bebo la cerveza. Si quieres enfadarme, hazlo, y tendrás esto. Si quieres lo que de verdad deseas, compórtate como mi sumisa de una puta vez. Y bebió.

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