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El cielo que eran sus piernas, caminaba con la prisa de las primeras horas de la mañana. Absorta en la premura, cruzaba la calle envuelta en unos pantalones azul claro y una fina camisa blanca. Tras el cristal se la veía madura y resuelta, mucho más de lo que había sido nunca. En un breve lapso de tiempo recordó tirar de su cabello largo y lacio hacia abajo, haciendo flexionar las rodillas e hincándolas en el suelo mientras apoyaba el culo en las botas de agua. El paraguas estaba en el suelo empapado de la lluvia de aquella tarde tormentosa de mediados de otoño. La gabardina mojada se había quedado colgando de la barandilla de las escaleras y miraba al suelo con vértigo. Giró la cabeza para verle, con los labios entreabiertos y aquella mirada que se sumergía en el libre pensamiento. “No me dejes pensar”, le dijo más de una vez. Con un leve gesto de la barbilla ella miró al suelo, casi con la nariz olfateando el polvo de las botas mojadas y sacando la lengua esperando alguna orden. El charco de semen vibraba ante los labios. “Bebe” le dijo. Y ella lo hizo.

Cuando giró la cabeza pareció que los pasos se ralentizaban. Las Converse del mismo color que los pantalones se deslizaron hasta la acera mientras el cuello prolongaba la mirada que atravesaba el cristal. Detrás de las gafas oscuras sentía la mirada, la misma que una vez condenó a sus rodillas a posarse sobre un frío suelo mientras las manos arrastraban su cabello hasta las botas mojadas. Entreabrió los labios como aquella vez y notó el semen caliente reposando ante sus labios y luego la voz acuchillando su pecho cuando le ordenó limpiar aquello. Lo hizo tan despacio como pudo, regodeándose de aquella situación morbosa con las escaleras a su espalda y la luz de la noche entrando por la cristalera.

Tras el cristal se acercó las manos a la cara y recordó el olor suave de su cabello, el perfume que perlaba la piel y los temblores que en ella provocaba. Sus distracciones, la necesidad de atención, el egoísmo que la hubiera colocado en el olimpo de las criaturas más bellas. Luego se fue perdiendo calle abajo, como un recuerdo hermoso que se va despidiendo de la memoria y sólo regresa cuando un sonido o un aroma lo hace presente. Seguía hermosa y mantenía el cabello como le gustaba. Seguramente ese pensamiento le reconfortó y le inspiró para que su ego se hiciera presente aun sabiendo que era una estupidez. Después sonrió y no dejó de mirarla hasta que se perdió en el fondo del espejo, calle abajo.

Incluso en la distancia y en el tiempo, el recuerdo de las miradas y las órdenes le golpeaban en el estómago. Sabía que la miraba y contenía en sus pasos la necesidad de salir corriendo, aunque no sabía en qué dirección. Le afeaba la conducta del silencio que ella provocó, la que impuso, la que desde la soberbia cubrió aquella extraña convergencia. Después de tanto tiempo a uno se le para el corazón y se le revuelven las tripas con detalles que parecen insignificantes pero que lo suponen todo. Siguió caminando calle abajo con la mirada clavada en su cuerpo pensando que quizá algún día, dentro de poco o de mucho, quién sabe, volvería a llover de la misma manera y recogería aquel desastre tan hermoso sentada sobre sus botas de agua mientras el pelo se tensaba y ella dejaba de pensar por unos instantes.

Wednesday

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