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Watashi no chīsana on’nanoko.

Diez años pueden ser un chasquido o una eternidad. Es esa la capacidad que tiene el tiempo de confundir nuestras mentes y que durante el breve lapso de la vida, nos enfrentó cara a cara a nuestra propia mortalidad. Vi con mis ojos y sentí en mis dedos cómo la vida desaparecía y a veces insuflaba algo de aire, algo de tiempo para que el trasiego por el alambre del que pendías se prolongara indefinidamente. Siempre estuve equivocado en muchas cosas, es posible que en casi todas, sin embargo, el camino que tú llamabas E iku michi no iba a ser solitario. Tu soledad era incurable y la mía, una tortura. Aquel conflicto que a priori estaba abocado a una repulsión nos engarzó en la sangre y el dolor. Como a Clark, la energía que desprendías me fortalecía y como a Clark, mi brillante gema verde, te debilitaba. Me allanabas el camino y los obstáculos eran simples estorbos que saltaba sin esfuerzo mientras escalabas de mi mano los imponenetes montes de ese E iku michi que anhelabas terminar.

Han pasado muchas cosas desde que aquella lluvia me empapó y me destruyó, deseando filtrarme en la arena mojada para volver a abrazarte. Es fácil sentir cómo, en un instante, sólidos cimientos se convierten lodo y la tentación de volver a los viejos hábitos, se topan con la brillante mirada que quemaba en tu interior a punto de perecer. He vuelto al lugar donde peleamos tantas veces, donde sangraste y gemiste. He recorrido los mismos lugares donde me hablabas imaginando que no estaba allí y he recordado cada palabra porque, no te voy a engañar, el recuerdo de tu rostro se disipa en mi memoria a la misma velocidad con la que te fuiste de mis brazos. Diez años dan para muchos recuerdos alejados de ti y no supe como mantenerte en la palma de mi mano como hacía siempre. Dejé de tomar té porque ya no sabe igual y aún sabiendo que es una estupidez, es una de las muchas maneras de hacerme ver que te extraño. No hay cuerdas ya. Ahí están, esperando supongo. No lo apruebas, lo sé, pero también sé que eso me da lo mismo. Sonreirías al escucharme decirlo. Tengo tus pañuelos, los ensangrentados, los que me hago creer que guardan tu perfume, los que mordías cuando cambiabas el dolor de tus agujas por el de las mías.

Me he ido y he vuelto. He visto el banco donde pensabas a saber qué cosas pero que desde lejos podía estar observándote durante horas. He crujido las maderas de los puentes que cruzábamos, bebido las cervezas en los mismos bares a los que íbamos a mirarnos como estúpidos para luego estrangularte hasta que tus ojos se apagaban un poco más y volver a casa sin incertidumbres. Ahora sonrío al imaginarte porque el sufrimiento es algo perecedero cuando el recuerdo es perdurable y sobre todo es completamente hermoso.

Diez años después, watashi no chīsana on’nanoko, me sigues haciendo reír.

Wednesday

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