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Bajarse del árbol de vez en cuando está bien. Quizá los plátanos son un alimento que aporta muchos nutrientes, pero yo, aun viniendo de los monos, no necesito encaramarme a las ramas y gritar a los cuatro vientos lo que soy. En aquellas asambleas, nos comportábamos como verdaderos estúpidos. Envueltos en la arrogancia del que controla la situación, resultaba cómico el trato que nos dispensábamos. “Pero caballero”, “lo que usted dice tiene sentido”, “mi mayor respeto ante esa afirmación”. Esto entre nosotros porque cuando hablábamos de ellas, la cosa no cambiaba mucho. Parecíamos del Club Bilderberg de dominantes. Allí nos acariciábamos el lomo como campeones y nos dábamos la enhorabuena por haber conseguido una sumisa tan sagaz y al mismo tiempo tan modosa. Si además la moza estaba buena, sonrisas de complicidad. Una risión.

De vez en cuando, en aquellas reuniones de tinta falsa, se abordaban temas que se sentenciaban con dogmas muy claros; un amo puede tener todas las sumisas que el rabo le permita dominar y una sumisa solo puede tener un amo. Lo cierto es que partiendo de esa premisa, parecía estar todo muy claro, pero de que se trataba eso ¿de un rol? ¿de una forma de vida? ¿de las tonterías esas de que una sumisa nace? ¿del guante de seda mano de hierro? Y se agolpaban cuestiones que jamás se aclaraban porque eran sentenciadas a morir no en la orilla, sino nada más zambullirse.

A media distancia

De pronto, el desprecio por lo “vainilla”, asegurando sin ningún rubor que “ellos” no saben lo que es la entrega, ni el verdadero placer del sexo y otras tantas tonterías que no tenían parangón. Y yo me miraba, extrañado de estar allí, donde ni tenía sitio ni tenía ganas de estar. Mientras todos ellos tenían a sus perras de rodillas al lado, de pie esperando con la mirada gacha, yo la miraba, atravesando toda la estancia, mientras apoyada en la puerta sonreía de medio lado y las marcas de mis dedos en el cuello se confundían con los tendones que soportaban la violencia. Ella se movía de un lado a otro, esquivando con desdén a aquellos que de alguna manera intentaban acerarse, incluso sabiendo que era mía.

La conversación derivaba en la zozobra de la ignorancia y me reprochaban la actitud de mi sumisa, altanera como me gustaba, pero despreciable porque para ellos, para todos, no estaba bien educada. Mi mueca de incomprensión debía ser de chiste cuando les aseguraba que tenía una carrera y un máster y sabía hablar dos idiomas a la perfección. No pillaban la ironía. Entonces, en una clara demostración de superioridad y con bastante vehemencia, me recalcaban que se referían a la educación que se suponía yo le debía dar. En su acuciante falta de respeto y en que yo, no hacía nada por corregirlo.

“A mí me gusta tal y como es, yo no quiero cambiar su personalidad, es lo que le hace ser como es y por eso es especial. ¿Respeto? es algo que todos merecemos a priori, pero que en los hechos hay que ganárselo. Vosotros, disculpadme por tutearos, la confianza da asco, y aquí hay bastante de eso, de asco, no hacéis nada por que se os respete. Habláis de gilipolleces en lugar de la emoción que supone tener a vuestras sumisas a vuestro lado mientras no dejáis de mirar a las de los demás, no sé si con envidia, con deseo o con ambas. Ella, está ahí, porque quiere y porque yo quiero y hace lo que debe hacer. ¿Queréis respeto?,  sois unos putos dominantes o eso decís, demostradlo primero vosotros y no llaméis perra, yegua o potra a la mía, porque entonces os partiré la puta cara”

Poco se puede respetar a aquello que lo único que hace es despreciar a lo que es diferente. Y para mí no hay nada más diferente a mí que una sumisa, por eso la respeto tanto.

 

Wednesday

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