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A estas alturas de la película afirmar que soy dominante no tiene mucho interés. Muchas entradas en el blog para intentar expresar lo que eso supone, como individuo. Allá cada cual que lleve sus cosas como más le convenga. A veces he sido crítico, ya sea de manera apasionada, otras veces irónica, siempre con humor, pero creo que dejar claro la postura de uno mismo sobre un mundo tan complejo y al mismo tiempo tan simple, nunca será suficiente. El mundo del bdsm es bastante sencillo, lo complejo es la cantidad de parafernalia, filias, fobias, expresiones artísticas, literarias, físicas… en definitiva, un conjunto bastante completo. Pero en realidad, toda relación dentro de esta práctica es exactamente igual que en una relación mal llamada vainilla. Y digo mal llamada, porque lo acojonante de esto es que esa denominación ridícula se hace para no solo diferenciar, que en definitiva, eso podría tener cierto sentido, sino para degradar cualquier interpretación sexual diferente y que sobre todo, depende de la ausencia de violencia definida y prácticas que se salen de la norma.

El que esté harto de leer gilipolleces sobre como los de “este lado” menosprecian a los del sexo vainilla por el simple hecho de determinar que no saben realmente “lo que es sexo”, o lo que se pierden, o zarandajas semejantes, es cuanto menos ridículo y cuanto más estúpido. Cualquier práctica sexual es exactamente igual de buena y válida. No hay más. De la misma manera que descubrir que uno se siente identificado con sentirse sometido o todo lo contrario no le hace menos válido ni siquiera un intruso. Precisamente los que enarbolan esa bandera son precisamente los verdaderos intrusos. Nos hemos convertido en una moda, en lo hipster del sexo, y cuando lees u oyes cosas como que una relación de dominanción y sumisión está basada en el respeto, la lealtad, la confidencia y la verdad, simplemente, me parto la polla.

Y es así porque cualquier relación se basa en eso, cualquiera. Entonces te dicen que es solo en las relaciones D/s donde es posible darse porque el dominante tiene la capacidad de hacerlo y la sumisa de aceptarlo. Entonces miro alrededor y calculo los dominantes que engañan a sus sumisas a sus espaldas y las sumisas que flirtean con otros dominantes y todo vuelve a cobrar sentido. Porque a fin de cuentas las relaciones como antes decía, sean D/s o no, son exáctamente iguales. Asi pues, ¿dónde está la supuesta diferencia? Pues no hay. El único refugio que tiene el dominante en esta cuestíón es que ese “título” le da la valentía necesaria para afirmar y categorizar las cosas sabiendo que la sumisa lo aceptará, a veces de buen grado y otras veces de ninguna de las maneras. Eso en las relaciones que no son D/s es más complejo que se produzca.

No olvidemos que el sentido de posesión es bidireccional. El dominante posee a la sumisa y la sumisa posee la dominación de su amo. Cuestión de sinergias como dirían los modernos de los cojones. Que el dominante quiere lo mejor para la sumisa está fuera de toda duda. Sobre el papel. Y podemos escribir ríos de tinta dando lecciones a los demás de como somos, como nos comportamos y como tienen que hacer los otros, pero a fin de cuentas no somos inflaibles, nos equivocamos y otras veces contamos las milongadas correspondientes.

Afirmar que uno es dominante es tan fácil como tomarse un café. Mucho más difícil es que una mujer afirme ser una sumisa, porque en realidad ese sentimiento aunque aflore, solo tiene validez cuando lo percibe no desde su yo, sino desde la perspectiva de la entrega plena a un dominante. Ser dominante es muy complejo, pero es algo tan natural que sale solo y por suerte la sumisa lo entiende, y lo aprecia. Y desde luego la impronta de un dominante no se acaba a los dos meses, porque como el amor, perdura durante mucho tiempo. Si se cambia, eres un dominante de patio de colegio y me temo que hoy, somos muchos en el recreo para ir detrás de la sumisa atada al árbol que merece y desea ser rescatada.

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