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El camino le había pateado, o quizá eran las pezuñas del caballo que le llevaba por las sendas verdes. El ahora, al galope, levantaba el polvo de lo que una vez fue frondoso y fresco. La sangre y el polvo se mezclaba en su boca mientras que la arena, aún suspendida en el aire, caía sobre su cara. El camino siempre está, con sus subidas y bajadas, con sus recovecos y agujeros infinitos. Se quedó saboreando la sangre entre los dientes, con el dolor de no saber ni controlar nada, mirando al cielo nebuloso.

Sentía el cinturón apretar la cintura y temiendo que jamás pudiera deslizarlo de la misma manera, escuchando ese sonido infernal que le erizaba el vello antes de que tocase el suelo con un golpe seco. Acarició la hebilla, lustrosa aunque mellada, notando el calor del metal y la aspereza del cuero. Apretó entre sus manos con fuerza, sollozando. A cada lado, la aridez de la soledad se tornó en altísimos árboles que se oponían con energía a que la luz atravesase las hojas. No se movió. La lluvia mortecina comenzó a caer, esa lluvia fina que penetra hasta los más profundo de los sentimientos y que, creyendo que podrá limpiarlo todo, lo único que consigue es crear un barrizal de emociones. Las lágrimas no ayudaban. Sentía odio por aquellos que revelaban que ellas podían limpiar el alma, que después de sollozar, de perderse en la desesperación de esa perdida absoluta uno se purificaba para alzarse de nuevo.

Giró la cabeza y vio sus cuerdas, deshilachadas, sintiéndose como Robinson Crusoe intentando escapar de su isla sabiendo que no estaba preparado. Esas cuerdas que ataron un mundo entero, esas cuerdas que se convirtieron en la fortaleza inexpugnable de su propiedad, ahora, deshechas, eran incapaces de atar los trozos de su corazón esparcidos por las arenas del tiempo. Extendió el brazo y las agarró, las atenazó como si estuviese colgado de un risco, del acantilado de la dominación, balanceándose con pocas posibilidades de sobrevivir a los envites de la pérdida. Tiró de ellas y encontró firmeza. Firmeza de sus entrañas no de sus manos. Levantó los hilos sobre su cara y se preguntó qué había fallado. Las gotas de barro cayeron sobre su cara y una voz susurró algo.

¿Dónde va el amor cuando muere?

 

Wednesday

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