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Lo hermoso, lo fluido, lo dulce. Mientras la ola se mantiene arriba y tú con ella, el sol en el ocaso es majestuoso, anaranjado y brillante. El tiempo se ralentiza, el agua es tibia y empapa el poco recelo que aún te queda con la vida. Mantenerse ahí no es difícil, llegar allí sí. Pero lo que es muy fácil es descabalgarse de esa sensación cálida y terminar revolcado por la misma ola que instantes antes dominabas y controlabas. Ahí abajo todo es caos, no hay arriba o abajo, no hay norte ni sur. Los golpes ni los ves ni los comprendes. Te sientes en mitad de una batalla naval intentando esquivar las cargas de profundidad que explotan a tu alrededor y te dejan sordo y magullado.

Pero allí andaba ella a medio vestir y sonriendo, pensando en el dolor de su cuello amoratado y su culo enrojecido. Pensando en el presente porque el pasado ya sólo era un mal sueño y el futuro podría ser incluso peor. Le esperó en la puerta porque para qué iba a estar alejada cuando entrase. Así podía escuchar sus pisadas y ver su sonrisa de satisfacción. Aquella sonrisa decía muchas cosas y la más evidente era que podía hacer con ella lo que le saliese de los cojones. Ambos lo sabían y ambos lo ponían en práctica. Al escuchar los pasos aún lejos notó el aire que el ventilador hacía llegar en oleadas hasta su nuca. Se le erizó la piel y se puso de puntillas. ¿Acaso no estaba siempre de puntillas cuando él se acercaba? Ese pensamiento repentino se quedó dando vueltas y se prometió fijarse más adelante por si sólo era una apreciación o realmente lo hacía. En cualquier caso, los pasos se acercaron y él empujó con suavidad la puerta. Ella sonrió como una tonta, como la primera vez que le dijo que era maravillosa y los miedos se disiparon. Las dudas, siempre las dudas que él una y otra vez fulminaba con un par de palabras o una hostia. Esa hostia siempre a tiempo.

Y aquí es donde todo cobraba sentido, cuando su cuerpo reaccionaba y la mecha de ese roce intencionado se encendía y mientras él agarrando su cuello la arrastraba por el pasillo hasta la cama, su espalda se desollaba contra la pared y efectivamente, se mantenía de puntillas, aunque no sabía si era porque ella así lo quería o porque él levantaba su cuerpo como si fuera de papel. Entonces notaba con su mano y con la tela haciendo de barrera como su polla crecía a la misma velocidad que la mecha se acercaba a su objetivo. Luego su cuerpo volaba hasta la cama y sentía el peso enorme de tu torso y le abrazaba pasando los brazos por sus hombros anchos. Los mordiscos separaban los cartuchos y él se cerraba contra ella como un puño agarrando el explosivo. En aquellos instantes, justo antes de la explosión volvió a recordar lo que era sentirse en lo más alto de la ola, con su sol majestuoso, anaranjado y brillante, del mismo color que la explosión de la dinamita que llevaba dentro de su cuerpo.

¿Y si también estaba de puntillas?

Wednesday

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