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Es difícil conjugar de la mejor manera posible el desenfreno con el control. Saber que no puedes dejarte llevar simplemente por tus pasiones aunque las tengas a flor de piel, sabedor de que puedes confundir y además hacer bastante daño. Cegarse ante una imagen hermosa y un cuerpo plácidamente entregado en mitad de una tormenta es algo complicado de evaluar. Laurita tuvo tiempo de asimilar esto que estaba diciendo cuando ella en otras ocasiones insistía y yo le decía que no estaba preparada.

No es cuestión solo de probar, es algo más, le dije. Encontrarás que los límites conocidos quedarán muy atrás y llegarás a situaciones que quizá ahora mismo ni imaginas, no solo en dolor, sino en placer, en estimulación mental, en entrega, en presión. No sería la primera vez que una sumisa comprueba en su cuerpo como la presión psicológica a la que puede ser sometida, rompe todos sus esquemas. El miedo forma parte de esto y eso, también hay que controlarlo.

Laurita no tenía miedo, ya no, pero sufría, no solo dolor, sufría de placer. Su mirada estaba bien centrada, entre cada uno de los parpadeos, pasión y entrega. Su cuerpo se aferraba a esas sensaciones y cuando solté el Hitachi que estaba bien fijado sobre su clítoris gritó de alivio y después de rabia. Separé sus piernas y con un movimiento de cuerdas balanceé su cuerpo hasta dejarlo casi en posición de sentadilla suspendida. Coloqué una barra para separar sus piernas y ya con su culo bien abierto coloqué unas pinzas en los labios de su coño de las que colgué unos pesos. Cuando el dolor empezaba a convertirse en placer me introduje en su culo de una sola embestida mientras con las manos golpeaba sus pezones amoratados.

Volvió a llorar, como su sexo.

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