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Se sentía como un pedazo de hielo deshaciéndose sobre el suelo. El cuerpo desgastado y maltrecho aunque pleno, empapado y mezclado con el sudor, el flujo y la sangre que dibujaba en el suelo una perfecta figura asimétrica, casi sólida. La respiración se le iba normalizando, entrando en monótonos ritmos mientras las manos, dibujaban círculos en el charco de su esencia. Yo obesrvaba, con detalle cada movimiento, intentando percatarme de matices ilógicos que hacían posible esta belleza ante mis pies. Otra obra de arte, pinceladas de gritos y gemidos que soporto entre mis puños cerrados y que agradezco poder liberar y devolvérselo a su propietaria.

Antes era amiga, hoy se descubrió entregada. Ni siquiera fue artificial hasta que me di cuenta de que con toda naturalidad se había postrado ante mí, y su ofrenda en las manos, la cabeza gacha y la espalda marcada en un arco casi perfecto. Siento que a veces cuando me ocurren estas cosas, el llanto es una vía de escape, por la ternura y potencia de la imagen. Sin embargo, solo siento orgullo. Y es un orgullo no propio, ni tan siquiera premeditado. Es el orgullo de sentir como alguien puede llegar a ese estado en mi presencia. Sé que ella ha puesto mucho más que yo en ese camino, y me enorgullece su entereza, su fuerza y su pasión por estar donde estaba en ese momento.

Esperé unos minutos, sin decir nada, sin casi respirar. Notando como su piel se reconstruía y sus huesos se aclimataban a la resaca de la batalla. Esas lágrimas son dulces, caramelos hermosos que no tienen envoltorio porque son perfectos. Me senté en el suelo y conversamos largamente. Yo con voz pausada y ella con la cara en el suelo. Cuando todo acabó me miró pero no dijo nada, no hizo falta. Se arrastró con las rodillas enrojecidas hasta mí y me abrazó. Me susurró hermosas palabras al oído y después levanté su cuerpo y lo dejé sobre la cama y mientras ella miraba yo desataba cada nudo sin dejar de mirar sus labios enrojecidos como sus rodillas.

Le di un baño, cuidé su piel y su cabello y después me sumergí con ella. Me bañó con ternura y yo me abandoné. Al final, terminó atando los cordones de mis botas y besándolas de forma casi imperceptible.

El círculo se cerró y ella, ya estaba dentro.

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