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Llegó con alegría, casi en volandas, la sonrisa dibujaba el camino y trazaba con alegría cada una de las paradas. Olía el pan recién hecho, aún caliente y lo apretaba contra su pecho sintiendo la ternura y el crujido de la corteza, llegar en oleadas a sus oídos. La fruta, jugosa, revoloteaba en el fondo de la bolsa de papel, adelantando la mezcla de sabores y de olores que ella tenía predispuesta en su memoria. Los dulces, chocolate, esponjoso bizcocho, aromático e intenso. En su cabeza imaginaba ser una moderna caperucita que llenaba la cesta para ir a ver al lobo.

Dispuso la mesa, ordenada, perfecta y luminosa. Cada cosa en su sitio. Vertió la leche en una jarra de cristal azul, fría, como a él le gustaba y junto a ella, otra llena de café humeante recién hecho. Cuando comprobó que todo estaba como debía estar se fue al dormitorio. Con una caricia en la mejilla que se prolongó hasta la cabeza, le trajo de vuelta a la realidad. Abrió los ojos, despistado, incauto y frágil. Solo esos instantes en los que no parecía lo que era, como el rayo verde del atardecer, un momento efímero pero necesario para entenderle del todo. Era el resquicio por el que ella se colaba en el otro mundo interior que él poseía. El de la humanidad frágil, su desprotección.

Luego, como si la luz del sol cambiase todo, la mirada se transforma en la rudeza fiera de quien controla todo lo que le rodea. Ella aplacaba a diario esa furia con susurros. Ven a desayunar, le dijo tirando con suavidad de su mano. Caminaba de puntillas porque sabía que a él eso le prendaba. Notaba como le miraba el culo y por eso lo contoneaba un poco más de lo habitual. Miró la mesa y luego a ella, que le daba la espalda y aún seguía de puntillas. Las jarras separadas, la fruta a la derecha, los dulces a la izquierda, los platos en un lado, junto a los vasos.

Agarró el cuello y lo apretó hasta que el gemido se convirtió en crujido. Lo empujó hasta que la cara golpeó la mesa, justo ente las dos jarras y al mismo tiempo le bajaba la falda y las bragas que cayeron al suelo con demasiada facilidad. Embistió como un animal, de una sola vez, haciendo resonar las entrañas a través del grito de su boca. Mientras le follaba el culo despacio, con una mano rompió un pedazo de bizcocho que le acercó a la boca, a la suficiente distancia para que solo con la lengua pudiese tocarlo. Los dedos de la otra mano seguían clavados en la nuca y a cada embestida la lengua se acercaba más y más al bizcocho. Cuando consiguió agarrarlo con los dientes, él se separó de ella, tiró de su pelo y la puso de rodillas, frente a él. El chorro empapó la cara y se deslizó dentro de su boca que aún mantenía el bizcocho sin masticar.

Buenos días, le dijo él con una suave y cariñosa bofetada.

 

Wednesday

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