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Da igual las veces que lo haya hecho, da lo mismo cuantas pieles haya atado, desollado, agrietado, herido y después curado. No importa como hayas gemido, gritado, llorado, quejado y sonreído mientras lo hacía. Cada gota de tu flujo, cada lágrima derramada sobre mis manos, han sido recogidas y guardadas y han empapado mis cuerdas para llevarte siempre conmigo en ellas. Cada día me despierto recordando el mismo olor y ni el café ni la ducha pueden con este dolor. Se me escurren de las manos las miradas de perdón, como la lluvia fina sometida a mi pasión. Y es entonces cuando en ese retroceso de emociones te alzas inconmensurable, convirtiéndote en un alma poderosa que destroza y puede con todo lo que hay a su alrededor.

Mis cuerdas siempre te recordarán porque ya te llevan en cada uno de sus viajes por pieles ajenas, sabiendo que ninguna será tan entregada ni tan poderosa. Lo efímero de ellas fortalecerá lo esencial de la tuya. Ningún rastro y ningún olor podrá luchar en igualdad de condiciones ante ti.

Desplegué las cuerdas y miró excitada y temblorosa. Con un gesto de la mano se acercó despacio, a cuatro patas, como la mezcla insolente de gata desobediente y perra en celo, mojando el suelo desde sus rodillas con el flujo que se escurría desde hacía ya buen rato.

Me agaché y le sonreí. Bienvenida a mi mundo. Ahora te daré todos mis tormentos y todas mis pasiones y tú, simplemente serás feliz. Se corrió, la primera de un millar de veces antes de que su piel fuese decorada hasta hacerla completamente mía.

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