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Se quedó sin aire, la primera vez, sola. El temor de lo que ocurriría mientras se despeñaba por el acantilado de los deseos, y las rocas de las emociones arañaban su piel hasta justo antes de zambullirse en el agua. Entonces paraba y volvía al mismo lugar en el que comenzaba todo. El temor de lo que ocurriría.

Ese pensamiento tan íntimo es lo que le confesó mientras él, de pie, sostenía en una mano la barbilla que aún temblaba por el fracaso. Sentía que había fallado cuando estaba preparada. El fuego en sus ojos le asustaba tanto o más que aquel mar embravecido que aquella primera vez esperaba desahogarse en su sexo. Sin embargo, ahora no eran sus dedos los que acariciaban su piel sino los de él. Se recompuso y volvió a explicarle el motivo de haber parado. Como en la adolescencia, lo desconocido, aún atrayendo con insistencia sus deseos, paralizaba su mente. Recordó las veces que no dejo fluir el orgasmo por miedo a ese vacío desconocido. Se sentía ahora una estúpida por haberlo hecho. Ahora que conocía el resultado, le dijo él. Ella asintió porque volvía a repetir el mismo error.

¿Por qué entonces no recuerdas el momento en el que no paraste tus dedos? Ella se quedó pensativa, la costumbre de idealizar lo malo como una posibilidad en lugar de lo bueno como una realidad era tan propio que ni siquiera se le pasó por la cabeza. Cierra los ojos, le dijo. Cuéntamelo.

“Era como caminar por un lugar rocoso, incómodo, pero al mismo tiempo el viento, que crecía en intensidad atraía los aromas del mar, la sal, la humedad y todo ello me empujaba hacia el veŕtigo del acantilado. Había un punto de no retorno, en el que cerraba los ojos y daba el paso que me dejaba caer, me quedaba sin aire, los músculos se tensaban, los dientes se apretaban entre sí o me mordía, no sabría decir que sucedía exactamente. Y cuando la espuma que rompía contra las rocas empezaba salpicarme la cara, sentía que debía parar, sin embargo, aquella vez no lo hice y grité, grité como jamás lo había hecho, por dentro, porque mis entrañas se contraían, porque perdía el control de mis piernas, porque mis dedos eran lo primero que entraban en aquel mar azaroso. Luego, el aire desaparecía de mis pulmones, como si una mano interna apretase en su puño y el éxtasis lo inundase todo, temblando sin parar, una y otra vez. Las olas se convirtieron en oleadas de placer, calor insoportable de placer, luz cegadora de placer. Y luego mi cuerpo, flotando, mecido por las olas de nuevo con las que mis dedos jugueteaban entre los diques de los labios”

Le miró y sonrió. Que simple hacía las cosas. Le hacía responderse ella misma las preguntas con sus propias vivencias, con la simple comprensión.

“Esta vez yo seré el mar, la mano que aplastará tus pulmones hasta dejarlos sin aire, el calor que hará arder todo tu ser, la luz que iluminará tu camino. No olvides nunca el recuerdo de la confianza, no lo apartes de ti”. El látigo restalló en su piel y al igual que el placer aquella vez fue una revelación, el dolor ahora, reafirmó todo aquello.

 

Wednesday

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