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Dio un pequeño paso cuando recibió el primer azote. Luego la saliva precedió al gemido y la temperatura de la piel sufrió un cambio radical. Las manos se cerraron alrededor de la cadena y lo que antes era un acero frío, ahora era un ardiente metal que se descolgaba desde las muñecas hacia el cuello y de ahí, al fondo de aquella negrura de la que ya no quería salir. Para ella la luz al final del túnel no era más que una manida forma de entender su nueva vida. Ella ya no quería luz, había tenido suficiente los últimos años. Ahora, acomodada en la perversión, no quería salir excepto para lo mínimo imprescindible. Todo le sobraba, todo era innecesario y allí tan solo quería disfrutar del regalo que le había procurado la providencia. Anclada en la negrura no había posibilidad de que se moviese de allí.

Cuando, los dedos pasaban de la caricia a hurgar con saña el interior de su culo, se mordía el labio con tanta fuerza que apagaba el dolor interno con el que le hacía brotar la sangre a borbotones. A veces, dejaba que la saliva se mezclase con la sangre y de esa manera, se recreaba en verla caer, descolgada, como un hilo interminable hasta el suelo. Aquel suelo en el que de puntillas intentaba mantenerse firme, el mismo que solía empaparse de su flujo y de su saliva y cuando eso era así, ansiaba poder arrodillarse para limpiarlo. Pero el muy cabrón casi siempre se interponía con sus botas entre lo mojado y ella. Así, no tenía más remedio que abrazarse a ellas, hundiendo la nariz para no perder el detalle del cuero desgastado. En aquellas circunstancias, eran sus tetas las que limpiaban el suelo sin que se diera cuenta. Pero él lo sabía, y lo sabía porque cada gesto y cada movimiento tenían la intención adecuada. Al levantarse y quedarse de rodillas, podía notar como el líquido ya frío embadurnaba sus areolas y hacían figuras ridículas alrededor de sus pezones. Luego notaba el tirón de la cadena y su cuello parecía que se fuera a partir. En un instante tenía la garganta llena y la respiración completamente bloqueada. Entonces más saliva, más congestión y muchas más lágrimas, empezaban a asomarse por su rostro. El pelo que con tanto mimo había cuidado, a los diez minutos era una mata salvaje y negra que tapaba sus ojos y el maquillaje corrido por toda la cara. Las uñas rojas intentaban no clavarse en sus muslos, pero le resultaba imposible. Le arañaba con la esperanza de que los siguientes azotes fueran aún más tensos; le clavaba los pulgares en las ingles con el deseo de que cuando apretase su cuello, le quitase todo el puto aire porque no era suyo. A fin de cuentas, no era más que una sierva complaciente que cuando era mirada con desprecio, sentía un latigazo recorrer la espalda en toda su extensión.

Pero allí la cadena ardía ya tanto que la carne temblaba esperando que el fuego consumiese todo su deseo. El susurro de su voz era un afilado cuchillo, tan certero como el que usaba para dibujar sobre los pezones endurecidos palabras hermosas, que en su voz y en su filo se convertían en una puta con mayúsculas. Era capaz de convertir lo bello en sórdido y lo sórdido en luminoso y deseable. Rompió todos los límites que conocía y le abrió tantas puertas para que se diese cuenta de que no había ni un solo límite que le impidiese llegar a ser lo que más había deseado. No había cuerdas, cortes, manos ni bestias suficientes para que aquella cadena se rompiese y todo aquello, era el verdadero regalo que la vida le había traído.

Wednesday

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