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Le caía el pelo por los hombros, abundante y colocado estratégicamente. Hablaba con ligereza, con la soltura que otorga la seguridad de lo que se transmite. La sonrisa justa, nada artificial ni forzada, los dientes blancos y uniformes, el carmín tenue y satinado, las uñas lacadas en un azul oscuro que cambiaba de tono según la luz incidía. Era brillante y sin embargo ocultaba algo. Vestía formal, sin ser recatada no enseñaba más que lo necesario para prestar atención y pensar que habría más allá del pliegue de la falda, de aquellos botones sugerentes de la blusa, ocultando una piel algo morena pero nada más. Se convertía en enigma. La voz era propulsada con energía y sutileza, las manos se movían acompasadas y gráciles, aposentándose sobre las rodillas de manera delicada. Ante las preguntas intimidatorias, bajaba un poco la cabeza, para reflexionar y por temor a equivocar la respuesta. Cuando contestaba, alzaba la mirada y detrás de la enérgica respuesta, se apostillaba una postura de descaro escondido. Las piernas juntas, los tobillos separados por la fina tela de unas medias de seda muy bien puestas.

Cuando entró por la puerta se sorprendió verle. Esperaba un traje, una corbata, un reloj de pulsera, perfume y aftershave. Se revolvió un poco en el asiento antes de levantarse y darle la mano, cálida y firme. Cuando ambos se sentaron, él echó un vistazo a sus credenciales. Vestía con vaqueros desgastados y algo rotos como comprobó en un rápido vistazo, botas curtidas que habían vivido tiempos mejores, una sudadera negra con capucha con un logotipo desconocido para ella, quizá el escudo de un equipo de fútbol americano, pero no lo podría haber afirmado. Le asombró la barba, larga y descuidada y unas gafas de pasta negra que le hacían ver de forma nítida aquellos ojos misteriosos. Las preguntas eran certeras, rápidas y enérgicas. De vez en cuando sonreía y miraba, miraba como nunca antes había sentido, ¿o si? En sueños se aparecía algo similar y entonces temblaba como una cría hasta que despertaba. Así fueron al principio, luego, los sueños se humedecían de dolor y violencia, de posturas extrañas y agresivas, de golpes y sexo salvaje como nunca había tenido. Sueños se decía, pero en todos ellos, la voz eléctrica y la mirada oscura y perversa, derretía sus piel entre sollozos y gemidos.

Se quitó las gafas cuando notó que aquella postura inquebrantable del inicio, aquella voz poderosa que contestaba sin dudar, se amilanó en un temblor incomprensible. Le ofreció agua que ella rechazó amablemente. Entonces garabateó algo en las hojas e hizo una llamada telefónica.

Enhorabuena y bienvenida, dijo con una sonrisa mientras se levantaba y se marchaba por la puerta. Ella, sin embargo, no dejó de temblar.

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