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Se vio envuelta en un desmesurado vaivén de sensaciones y perdió el sentido de lo que hacía cuando buscó en todos los cajones aquellos guantes negros de piel que no usaba desde hacía años. Cuando los encontró, sintió un alivio triunfal y el calor se apoderó de su piel de manera instantánea. Se despojó de la ropa pensando en los pocos días que llevaba en el trabajo y en esos estímulos nuevos que sentía aunque en el fondo los conocía demasiado bien. Se miró en el espejo, apreciando la figura contenida, los huesos marcados pero que no sobresalían, la piel erizada y sus manos enguantadas. Solo llevaba puesto eso, Se acercó para ver sus ojos y las manos comenzaron a subir por el abdomen, acariciando los pechos y columpiándose en los pezones ya endurecidos. Cuando llegó al cuello apretó, una mano sobre la otra y entreabrió la boca. Se vio hermosa y los ojos brillaron ligeramente. No se dio cuenta pero sus pies se despegaron del suelo, poniéndose de puntillas como cuando era niña y danzaba creyendo que era una princesa. Ahora de princesa tenía poco cuando notó su sexo hinchado y húmedo pero no dejó de apretar. El aire faltaba y la sangre ralentizada por la presión peleaba por abrirse camino a través de las venas palpitantes.

Volvió a su mente la imagen de él agarrando aquel cuello frágil, o como arrastró del pelo, como golpeó el coño empapado. Todo aquello se convirtió en frenesí y se apoyó en la pared, de lado sin dejar de mirarse cuando empezó a tocarse con aquellos guantes que bien podrían haber sido de él. Se dejaba llevar aunque de vez en cuando pensaba en la locura de aquel pensamiento. Pero no podía parar preguntándose que sensaciones emocionales transmitirían aquellas manos, aquella piel negra apretando su cuello, sus pechos, entrando en su coño. Y eso hacía, primero un dedo, luego dos. Dejó de apretarse para separar su culo y que los dedos resbalasen mejor hacia el interior.

Saboreaba como aquella mujer su saliva que empapaba sus dientes y empezaba a escaparse hacia su barbilla. La respiración era tan rápida que no podía cerrar la boca y contener el líquido. Cuando se corrió sintió la polla explotar en su garganta e imaginó la calidez de aquel líquido y lo saboreó en sueños. Las piernas no aguantaron y se derrumbó por los temblores del orgasmo. Así se quedo unos minutos, presionando con los músculos los dedos que aún estaban en el interior y disfrutando de aquella piel suave retorciéndose en sus entrañas. Cuando se recompuso, se quitó los guantes y los olió. Nunca su coño había olido tan bien, a sexo perverso. Los dejó colocados sobre la mesilla de noche por si se despertaba en sueños buscando el deseo.

Por primera vez en su vida disfrutó de la sensación de tener que ir a trabajar.

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