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El tiempo me hace olvidar cosas que sólo vuelven de la oscuridad de los recuerdos cuando alguien pone el dedo en la llaga. No es necesario que el asunto en cuestión sea el mismo, pero sirve como detonante para sacar a flote vivencias que estaban enterradas entre la tristeza y el ahogo. Siempre que eso sucede me doy cuenta de que no sé por qué están ahí escondidas porque en cuanto salen a la superficie me sacan una buena sonrisa y calientan mi espíritu. En estos recuerdos reflotados siempre hay una ligera niebla que no me permite distinguir cuando o cómo fue, pero sí, por el contrario, puedo ver claramente dónde y cómo.

No llevábamos más de un año juntos, pero desde fuera parecía que llevásemos media vida. Quizá por como transcurrían las cosas así fuera, pero en aquel viaje a Cayo Cedar nos dimos cuenta de lo importante que eran nuestros silencios para con nosotros. Natsumi no hablaba mucho, digamos que en un día normal podríamos intercambiar entre treinta o cuarenta palabras. Aquella vez en la costa, con el mar de fondo y un atardecer rojizo como pocos, nos juntamos con algunos amigos que hacía tiempo que no veía. El día fue plácido, lleno de sol y de brisa marina. el Atlántico olía especialmente bien al final de la primavera y de vez en cuando las gotas levantadas por el aire nos salpicaban la cara y las cervezas. Ella como siempre asentía a lo que decían y como de costumbre hablaba poco. Recuerdo que ese día no intercambiamos ni una sola palabra. Sin embargo, todos se dieron cuenta de que nuestra comunicación iba un poco más allá de lo puramente verbal. Alguien, no recuerdo quién, sacó el tema de la complicidad y de que hablar era fundamental en una relación, contarse las cosas, los deseos, las emociones, lo que nos entristecía y nos alegraba. En definitiva, lo importante que era una buena y profunda comunicación verbal en una pareja, en una amistad o en cualquier otro tipo de relación social. Sentí que la flecha iba dirigida a mí y a Natsumi y encajé como pude la afrenta. Era bastante sencillo aquel debate, pero Natsumi, sorprendentemente se me adelantó. Lo que transcribo no son sus palabras textuales ¡cómo podrían serlo después de tantos años! pero sin duda es un fiel reflejo de lo que allí sucedió. Nunca más volví a escucharla hablar durante tanto tiempo y tan seguido:

“Es cierto, conocer a la otra parte es necesario e imprescindible, no sé de qué otra forma podrías seguir dando pasos adelante junto a ella. Hay muchas formas de hacerlo, desde el ego del yo y por eso hablamos sin parar porque necesitamos saber que piensa la otra parte de nosotros. No hay más misterio que eso, ratificar lo importante que uno es para el otro, pero en boca del contrario. Y cuantas más palabras rodeen aquella necesidad mejor, entonces lo adornamos conceptualmente, sinceridad, amor, fraternidad, complicidad. Está bien, no voy a negar que es bonito escucharlo. A mí eso no me funciona, pero no porque no me guste hablar o escuchar. Las palabras pueden estar cargadas de sinceridad o de cansancio, de falsedad o de un intenso amor y por eso mismo es difícil de discernir sobre que cimientos están construidos. Todos hemos mentido y eso es inevitable.

Mi silencio permite mirar a W de otra manera. Me equivoco, soy una mete patas de manual, imperfecta y odiosa y guardo secretos que nadie sabe, pero que gracias a ese silencio casi permanente soy capaz de ver en él mucho más que con las palabras y él ha conseguido atravesarme sin piedad. No necesito que me diga que está triste, enfadado, frustrado o contento. Su cuerpo es mucho más sabio que su lengua y yo sé que cuando estoy en el puto fango, huelo diferente y mi sabor es diferente. Hablamos, claro, pero para cosas superfluas e inmediatas, necesidades banales que no necesitan ni siquiera una simple mirada.

Ahora me odia, pero también sé que me ama. A veces me desprecia, pero también sé que se tiraría al mar que hay detrás de nosotros y nadar hasta la extenuación por mí. No se lo tengo que decir, es una certeza tan absoluta que olvidará esta conversación para no tener que hablar de ella. Mi silencio vale su vida y mi vida es su silencio”.

Luego bebió su cerveza y no volvió a hablar en toda la noche nada más que para sonreír y agradecer cada una de las botellas que aquella noche terminamos. Su silencio era oro porque a mí me daba la vida.

Wednesday

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