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Cada nudo es una convicción, cada símbolo, una rutina. Era lo que conseguía escuchar, escondida esta vez detrás de la puerta mientras miraba por la rendija que había entre ella y el dintel. Escuchaba el silbido de la vara que se arqueaba en el aire y terminaba rebotando en las tetas, mezclando el agudo sonido de la piel restallando, el ahogado grito, con el gélido gruñido de satisfacción. Ella giraba cada vez que tensaba su cuerpo por el dolor y él giraba con ella. La idea heliocéntrica de Copérnico, un sol hecho mujer mientras el mecanicismo poderoso de las manos hacía que todo girase a su alrededor.

Miraba la saliva caer de la boca, formando un goteo incesante desde la bola de la mordaza hasta el suelo y le provocaba un magnetismo animal que descontrolaba su sexo. Otra vez, otra vez empapado ante un artificio visual abrumador. El efecto que la luz del atardecer provocaba sobre el cuerpo desnudo no ayudaba y el brillo del metal formaba virutas de colores sorprendentes. En su boca se formó un arco iris y él, sin duda, buscaría el caldero lleno de oro.

El dolor parecía brutal e insoportable y de vez en cuando, él se acercaba y ralentizaba aquel giro universal para agarrar las manos atadas a la espalda. Apretaba dos veces y ella le devolvía el gesto. Entonces, de nuevo, todo comenzaba a girar y los envites de la vara se hicieron más rápidos y violentos. Por fin la saliva se mezcló con las lágrimas y él paró. Soltó la cuerda y deslizó el cuerpo lentamente hasta que reposo en sus brazos. La tumbó sobre la mesa y le quitó la mordaza. Ella susurró algo y él sonrió. Se sacó la polla y orinó sobre las tetas moribundas. Le sorprendió tanto aquello que a punto estuvo de tropezar, aunque no dejó de mirar cuando sacó un enorme cuchillo y cortó con sumo cuidado las cuerdas. Cuando se puso en pie, las anillas estaban perfectamente alineadas en la mesa. Ella se arrodilló y besó sus botas y así, en aquella postura adoración se quedó.

Bajó las escaleras lo más rápido que pudo, con una mezcla de emociones y sentimientos encontrados. Cuando llegó a casa no necesitó encender la luz, la claridad de aquel ventanal iluminaba todo su ser.

Wednesday

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