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Dio un paso atrás y se apartó el mechón de la cara. Sintió su boca seca y como la fina piel de los labios se tensaba en la aridez de aquella sequía. Contempló como aquella miraba se clavaba, igual que otras veces había sentido y el cuerpo, se abalanzaba imparable sobre su deseo. La cortina la engulló como unas fauces gigantescas y la oscuridad ahondó en su deseo. Fue allí cuando sintió la presa de sus dedos alrededor de su cuello ahogando su gemido y la fingida sorpresa. La lengua sorprendentemente húmeda palideció ante el beso agresivo y salvaje y se perdió al instante en aquella barba acosadora. Su espalda golpeó la pared y sus pechos retumbaron en un temblor violento y predecible. A esas alturas, los pezones estaban tan duros que el roce con la blusa resultaba doloroso.

Él no soltaba la presa, mantenía con firmeza el cuello entre su mano mientras con la otra, y ayudado de sus piernas, separaba con violencia las de la azafata, que rendida desde el primer momento se dejaba hacer. Ella sintió el contacto violento del periódico entre sus piernas, por encima de la tela de la ropa interior. El cuello dejó de sentir presión pero su pelo sufrió lo indecible en un tirón agresivo que volteó su figura. El recogido se deshizo como la arena de la playa se escurre entre los dedos, como un reloj de arena, contaba los segundos antes de que su pelo tintado se enrollase en la muñeca de la mano, que aprisionaba ya su deseo desatado.

Le arqueó tanto la espalda que pudo lamer su barba hasta su nuez, prominente y masculina mientras él empezaba a follarle el coño con el periódico enrollado. Con las rodillas sometía sus piernas, inmóviles y la tensión se agudizaba mientras él arrastraba su arco como si fuese a disparar una flecha envenenada. El dolor le invadió la entrepierna y por instinto, intentó cerrarlas. No pudo. El periódico ya estaba empapado y ella tan lubricada que empezó a tragarse los pliegues del papel mientras boqueaba buscando no gritar. Sabía que no debía hacerlo y había muchos motivos. A cambio, un dolor igual de intenso desvió su atención.

Los dientes desgarraron su cuello, latía entre ellos y ella lo sentía tan adentro como el periódico. Algunas lágrimas aparecieron en sus ojos y gotearon hasta el suelo. Entonces él dejó de tensar su cabello y se inclinó sobre ella sin dejar de morder, rabioso y controlado al mismo tiempo. Con una energía y rapidez sorprendente agarró sus brazos y los cruzó con el suyo mientras movía más rápidamente el periódico. Ella gemía, gritaba en silencio, gozaba y se entregaba.

Fue cuando sintió su presencia, tras él, entre la cortina, los ojos buscaban la razón de todo aquello cuando su coño, le estaba dando la respuesta. El origami la delató.

 

Wednesday

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