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El origami cayó al suelo. El silencio solo se rompía por el suave jadeo y el roce de la ropa, el periódico ultrajando las entrañas de la azafata y los gemidos que ella se daba cuenta ahora ahogaba mordiéndose el labio. Él se percató de su presencia mirando de reojo. No hizo más por prestarle atención. Se sintió extrañamente cohibida mientras sus dedos acariciaban el coño por encima de la ropa. Observaba absorta en los movimientos certeros y agresivos que le proporcionaba a aquella mujer. Algo le susurró al oído e inmediatamente, la azafata cerró las piernas manteniendo el periódico dentro de ella en una extraña pero sensual postura. Ahora con la mano libre, exploró sus tetas y le arrancó el broche de las líneas aéreas que llevaba prendido en la solapa. Oyó un quejido no, por favor, mientras acariciaba la punta metálica. No veía del todo bien pero entonces, él se giró un poco, dejando que apreciase el esplendor de sus pechos desnudos y los pezones endurecidos por el placer. Agarró uno de ellos, lo pellizcó con saña y a ella le temblaron las piernas.

La fina aguja se clavó en el pezón, atravesándolo, ensartado mientras un pequeña gota escarlata pugnaba por escaparse de aquel dolor insoportable. Se sorprendió al ser ella la que gritaba y no la azafata a la que el orgasmo empezó a recorrerle todo el cuerpo en un incansable espasmo de lujuria y dolor. Cerró el broche alrededor del pezón y volvió a susurrarle algo al oído. Ella abrió un armario y sacó un chaleco salvavidas que dejó sobre una repisa. Con las cinchas, él ató sus muñecas y levantó sus brazos. Al estirarse, el pezón perforado comenzó a sangrar y lamió con suavidad el caliente líquido. Tras la cortina, embriagada, las palpitaciones de su coño le enseñaron que nunca había estado tan mojada como entonces, hipnotizada  por aquella espiral que le había atrapado. Observaba como ella disfrutaba del que aparentemente debía ser un dolor insoportable y que al mismo tiempo le incitaba a sentirlo. Disfrutaba de la energía tan brutal que él aplicaba sin casi moverse, susurrando, entonces, un golpe seco le volvió a la realidad.

Los azotes comenzaron en las tetas, primero en la agujereada, luego en la otra y se fueron repartiendo, una vez tras otra mientras agarraba su cuello, apretando sin consideración, provocando la asfixia y el boqueo de aquella mujer que sorprendentemente disfrutaba de aquella tortura. Luego le dio la vuelta, levantó su falda y comenzó a azotar su culo y mientras pasaba del blanco al rosado y después al rojo, el flujo de su coño comenzaba a resbalar por el interior de los muslos, con las rodillas temblando y un deseo infame de sentir aquella tortura en su propio cuerpo.

Fue entonces cuando él se dio la vuelta y le tendió la mano. Ella la agarró y la empapó de flujo, mientras la vergüenza se apoderaba incomprensiblemente del rubor de sus mejillas. Tiró de ella con suavidad y dejó que se apoyase en un pequeño mostrador, muy cerca de ella. Observa, le dijo, huele, saborea y aprende.

El orgasmo apareció como una luz cegadora.

 

Wednesday

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