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En realidad no sabía si disfrutaba más por la imagen de ella, arrodilla, con la satisfacción en el rostro y las gotas aún calientes de su flujo resbalando por la comisura de sus labios, o por la tranquilidad con la que él mesaba su pelo, enraizando de vez en cuando los dedos entre los mechones despeinados. La impasividad de su figura, el porte firme se le escapaba y no sabía a que atenerse, sencillamente le apasionaba esa escena. Aún con las piernas temblorosas, con los rescoldos calientes del intenso orgasmo replicándose en cada terminación nerviosa de su piel, se puso de pie y se colocó la ropa. Acalorada y sudando pese al fresco del aire acondicionado, notó el temblor de sus nalgas intentando soportar el peso de su cuerpo clavando las piernas en la moqueta. Él tendió de nuevo la mano para sujetar su cintura. Intentó agradecerlo con una sonrisa aunque sintió que fue algo forzada. Con la otra mano, levantó a la azafata como si fuese una pluma bajo su dedo índice. Se dio cuenta de la belleza de los ojos de aquella mujer, por el simple hecho de estar repletos de agradecimiento hacia él. Notó esa mirada, anheló esa mirada y la envidió. No te quites el broche hasta que llegues al hotel, le dijo con media sonrisa. Ella se ruborizó y bajó la mirada. Siempre en su lugar, se apartó, colocándose la ropa y volviendo a sus quehaceres. Sirvió un bourbon sin hielo y otro con, que llevó con ligereza hasta los asientos.

Él se quedó mirando, serio, como si buscase alguna reacción en ella pero no obtuvo nada. Poco a poco, cuando la sensación de placer se iba mitigando por el paso de los segundos, la altanería iba reconquistando el lugar que había perdido casi sin darse cuenta. Ella se decía que aquello no volvería a suceder mientras las punzadas de las imágenes volvían a su cabeza, como un recordatorio perpetuo. Sin pensarlo, se apoyó con una mano en su hombro, levantó una pierna y se deshizo de las bragas empapadas. Levantó la otra pierna y cerró el puño en torno a ellas. El flujo inundó su mano y se encaminó de nuevo a su asiento.

El resto del viaje fue silencioso. De vez en cuando, de reojo observaba su barba o sus manos, sus labios carnosos que ahora deseaba probar pero sabía que no podría. Si eso hubiese sucedido sería porque así él lo hubiese querido. Sabía también que aunque un impulso le llevase a tirarse sobre él, sería rechazada. Entendía el porqué, no era por su apariencia ni por su forma de ser, ni por su atractivo sexual, simplemente ella no controlaba el juego y era un juego enigmático, aún. Sin darse cuenta, empezó a entender algunas cosas y se dijo que terminaría comprendiendo que era todo aquello.

Antes de bajar del avión, la azafata se acercó y acarició su mano, sonriendo le dijo que esperaba que hubiese tenido un agradable vuelo y le besó la mano. Cuando miró al lugar donde él estaba sentado, solo vio un vació. No estaba y sintió un dolor tan agudo y punzante como el que unas horas antes la azafata había sentido en su pecho. Tenía preguntas y ahora debía buscar quién podría contestarlas.

 

Wednesday

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