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Le costó acostumbrarse a aquellos silencios plagados de emociones que no tardó en descifrar. Adoraba estar junto a él, sentada a sus pies, o arrodillada esperando, calmada ante el leve roce o el sorprendente mandato. Nunca imaginó, ni en el mejor de sus sueños que aquellos momentos imborrables fuesen la fuente de sus memorias. Aquel día la tristeza lo inundaba todo, nunca le vio llorar hasta ese momento. Eran lágrimas condensadas, de esas lentas que acumulan sentimientos y ruedan por la piel masacrando los recuerdos. A veces se las enjugaba con el dorso de la mano y era el único ruido que emitía, el del roce de la piel seca contra la piel húmeda. No tenía modo de consolarle, no sabía como hacerlo. Siempre había estado en la situación contraria, era él el que mantenía todo en orden y en su sitio, el que calmaba su ánimo y consolaba cuando flaqueaba. Así que tan solo se quedó de rodillas frente a él, en silencio y sorprendentemente observándole con la mirada fija.

Incluso en aquellos momentos donde podía tocar su desesperanza le apreciaba inmenso e incansable luchador. La paciencia incluso en aquellos momentos le rodeaba y sentía como interiorizaba y canalizaba el dolor, sea cual fuese el que le estaba consumiendo. Era cuando se sentía inútil y se maldecía. Como sumisa debería saber como consolar su ánimo y sin embargo ahí estaba, inmovil, deseando abrazarle, ofreciéndose si fuera necesario para que se desahogase como quisiera. Las lágrimas se contagian, pensó. Son un virus emocional que se introduce en tu sistema y te devora y no te permite estar sano hasta que te ha vaciado. Ahora ella lloraba por él y por sentirse inútil. Bajó la cabeza e intentó mantener el mismo silencio que él mientras sollozaba, pero fue imposible.

Ni siquiera las manos curtidas son capaces de hacer desaparecer la negrura que las lágrimas dejan en la piel, se dijo. Lo ojos rojos, inyectados en sangre y clamando por un suave confort, percibían la figura esbelta frente a él. De rodillas y con el pelo a un lado sintió como lloraba en un silencio tan solo roto por las respiraciones entrecortadas. Se recompuso sin casi moverse y se quedó observando su piel blanquecina, pálida y erizada por las emociones. Adoraba ver su cuerpo menudo en aquella posición ante sus rodillas, inmovil y perfecta. Se inclinó hacia adelante y apartó su cabello. La cara cubierta de lágrimas le extrañó. ¿Qué te sucede pequeña? le preguntó.

Ella no miró, mantuvo el silencio unos segundos, temerosa de que la respuesta no le gustase, pero de su garganta y sin control empezaban a formarse las palabras que peleaban por salir en tropel. No sé como puedo ayudarte, ni consolarte. Me siento inutil y es lo más doloroso que puedo sentir como sumisa.

Levanta la mirada, le dijo él. No entiendo porqué sientes esto, ¿qué es lo que te hace sentir que no me consuelas? Ella le miró con tristeza. Tu dolor, no sé como mitigarlo, ni siquiera intuyo como hacerlo, dijo entre sollozos. Él forzó una sonrisa que no mostró ninguna alegría y bajó sus manos por los brazos de ella hasta que se posaron sobre el dorso de las manos. Pequeña, no todo el dolor puede ser compartido, ni siquiera cuando la complicidad y la confianza es tan alta. No tiene que ver con eso, simplemente, hay cosas que es mejor que contaminen un solo corazón. Intentar explicarte los motivos de mi sufrimiento no me hará sentir mejor y seguro que tampoco te favorecería a ti. Las palabras sonaron roncas y y suaves como el tercipelo negro, acariciando su piel y exponiendo un escalofrío que recorrió todo su ser. Pero te equivocas como casi siempre que no haces lo que sientes que debes hacer. Nunca me has visto así y por eso te sientes perdida o aislada, cuando en realidad no lo estás. Pequeña, siente siempre todo lo que te rodea y todo lo que te doy pero también exprésate de las maneras que necesites, siempre.

Las lágrimas se detuvieron, un instante húmedo e infinito. Dio un salto y le abrazó con una fuerza excesiva, intentando incrustarse en su piel y llevarse su olor para el resto de su vida. El pelo cayó sobre uno de sus hombros y aquel instante húmedo e infinito se desbordó en un llanto que no pudo controlar.

Todo está bien pequeña, no eres tú quien me hace sentir así, eres quién me devuelve cada segundo al mejor lugar en el que podría estar.

Las lágrimas de ambos se mezclaron, se conjugaron en un torrente violento e imparable, un conjunto invencible mientras él se introducía en ella y ella en él.

 

Wednesday

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