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A través del viento sonaba The ballad of Jane, escupiendo los acordes acústicos por los viejos altavoces. El polvo del cercano desierto dificultaba la visibilidad y ambos se subieron el pañuelo para cubrirse la cara, como los forajidos de antaño preparados para asaltar el tren. Esta vez, asaltaban el horizonte sabiendo que no era el final mientras se les secaba la garganta por mucha cerveza que bebieran. Pocas curvas en aquel camino y mucha gasolina que quemar hasta llegar a su siguiente destino. Se miraban a través de las gafas de sol enturbiadas por la arena y el sudor que el abrasador sol probaba en sus pieles. Ella llevaba el volante con pericia y seguridad consiguiendo que el coche se agitase en los cambios de rasante. Shake me, all night cantaba entre dientes mientras él echaba los brazos por detrás del asiento y miraba al diáfano azul del cielo. Cada kilómetro devorado era una estrofa de la canción de sus vidas planeada como Song 2, lanzados al vacío.

Cuando paraban a repostar él la miraba con los acordes de Are you gonna be my girl y ella sin darse cuenta meneaba el culo porque sabía quién había clavado los ojos allí siguiendo el ritmo de Sex on fire. Él entonces giraba la cabeza para observar mejor como los hilos del raído pantalón bailaban sensuales sobre la piel dorada. Ella se ponía de puntillas, cambiando roles, haciéndose la masculina e imitando la mueca de duro. Tenía su gracia y ambos reían por dentro y por fuera porque junto a ella por fin se sentía un hombre sencillo que había aprendido a volar. Después, cuando el motor rugía al ritmo de Cryin’ like a Bitch y sus voces se perdían detrás de ellos llevadas por el viento, agarraba su cuello por detrás, separando el pañuelo para poder clavar bien los dedos, como el monstruo que de verdad era y ella tarareaba Wrong side of heaven sabiendo de antemano que no era cierto, porque estaba en el lado que de verdad adoraba.

Cuando la sangre recorría las clavículas, sin apartar la mirada de la carretera, la garganta sedienta de deseo entendía como cada día que aquello era más que un sentimiento que recorría cada célula de su piel y gritaba en susurros como Cobain, Come as you are. Y eso hacía, despacio, aunque el coche cada vez iba más rápido, esquivando el polvo y el viento, adentrándose en sus propios infiernos, los que iban acompañados del sonido. Ella era las manos y él los ojos. Ella era la respiración y él el bombeo constante de sangre. Y así, mientras la noche se cerraba y el placer los acogía, sonaba In the end.

 

Wednesday

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