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No era lluvia, aunque lo parecía. De puntillas, destilaba el aliento del sofoco, de la curvatura de la espalda en tensión mientras las piernas ejercían de soporte tembloroso como unas columnas a punto de colapsar. Se giraba para mirar a los ojos al tiempo que sentía la carne vibrar desde las caderas hasta el cuello. Entonces el grito ahogado le hacía volver a mirar a la pared para cerrar los ojos a continuación. La frente apoyada y las manos buscando asirse a algún resquicio de cordura mientras la sangre de su cabeza se mezclaba cómo un dry martini. Notaba, en aquel calor, cómo el agua golpeaba en diminutas gotas la nuca y se desprendía espalda abajo hasta que se topaba con los dedos clavados en las caderas. Los mismos dedos que abrían las nalgas redondas y pizpiretas ante el castigo anterior de las manos agrietadas.

Era entonces cuándo el aire se escapaba de su garganta perdiéndose en la dilatación. Al oído le susurraba que era su molde y jugaba con las manos estirando en direcciones contrarias para traer la oscuridad que conjugaba a la perfección con los gemidos. Luego embestía y tapaba la boca con la mano sujetando el cuerpo con el otro brazo al notar la flaqueza de las piernas. Así se quedaba, quemando por dentro, pulsando hacia afuera con los latidos que reverberaban desde su corazón a lo largo de las venas. Salía después observando como la oscuridad pugnaba por llenarlo todo hasta que los músculos cedían a la tensión.

Podría seguir de puntillas tan solo por volver a sentir aquellos latidos, aquel calor que ardía sin compasión. Pero exhausta se dejaba caer en los brazos mientras la cara se deslizaba por la pared mojada. Siempre fue delicado para aquellas situaciones. Dejó que se arrodillase, aunque sabía que todavía le dolían las rodillas desolladas. Al tocar el suelo, la sangre se mezcló con el agua al tiempo que le giraba la cabeza para que fuese la mejilla la que reposase en el suelo. Se subió sobre el cuerpo, empujó las caderas hacia afuera y la oscuridad volvió a sumirles en aquella vorágine de pulsiones y embestidas. Ahora las manos apretaban el cuello contra el suelo y los pies se apoyaban en la pared para sujetarse ante los impactos de las caderas sobre el culo.

El fuego y el pulso se convirtieron en espasmos incontrolados, en gruñidos, en saliva derramada. Dentro estuvo hasta que los cuerpos se relajaron y el agua limpió las heridas y el sudor. En la oscuridad se sentían más unidos, dónde se oían en la cercanía y cuándo construían el mejor día del mundo.

 

Wednesday

 

 

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