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Hay tantos pensamientos entrecruzados que muchas veces somos incapaces de discernir los que nos hacen bien, los que nos asustan y nos arrasan o los que nos confunden. Los posos de todos ellos forman una enmarañada trama de deseos y acciones cumplidas o por cumplir. Nos gusta volver a oler los aromas que nos hicieron felices, los sonidos que nos sacaron infinitas sonrisas o nos cierran el estómago, el tacto que nos erizó la piel y los gritos. Los gritos de rabia y pasión, los que se mezclan entre la tortura de lo que nos espera por delante y los que nos hacen girar la cabeza para ver lo que tuvimos al alcance de nuestras manos.

Delante de sus ojos, la inmensidad entre ellos y su pelo enredado y tras él, los pies descalzos. No era muy alta pero la distancia que separaba los labios de los dedos le produjo mareo. Aquella ansiedad producida por la inseguridad de no saber le provocó náuseas y llanto, un sofoco incontrolable que sólo ella era capaz de analizar ahora que estaba sola. Las preguntas se atropellaban, se subían las unas sobre las otras y se mezclaban en diferentes idiomas emocionales como una torre de Babel destinada a sucumbir. Las piernas entonces temblaron y la flaqueza de lo inesperado le hicieron clavar las rodillas en el suelo. El llanto había destruido todas las barrearas y las lágrimas asaltaron la presa para correr por su cara impulsada por la fuerza de la desesperación. No tenía respuestas a tantas preguntas. Ninguno de los caminos que tomó fue el adecuado y terminó sumida en un laberinto del que no supo cómo salir. Enmarañada el alma, tan sólo quedaba la desesperación y vagar por la confusión.

Los nudos nunca son lazadas infinitas y de la misma manera que cuando se hacen, la paciencia sobrevuela cada movimiento de los dedos, cuando se deshacen, el mimo y la perseverancia lo controlan todo. Él intentó que ella gestionase algunas de esas emociones y se le rompió el corazón cuando vio su llanto incontrolable. Por un instante pensó en su culpa y apretó los dientes. Nunca uno es el único culpable. Se acercó por detrás cuando ella, con el cuerpo completamente colapsado y tembloroso, reposaba sobre las rodillas. Acarició el pelo y los dedos quedaron enganchados. En lugar de tirar ahuecó el cabello y lo que en otro momento hubiera sido rabia se convirtió en congoja. Con sinceridad pensó que no sabría solucionar aquello, que no volvería a tener su confianza ni a darle lo que ella deseaba. Lo pensó mientras deshacía cada uno de los nudos que enredaban su piel. Cada nudo despejado le permitía ver un poco más su rostro. A veces olvidaba lo hermosa que era y como aquellos ojos se habían ido enturbiando con el paso de los años. Daban igual las heridas infringidas, las bofetadas impregnadas de saliva, los hilos conductores que se creaban cuando con sus dedos horadaba su coño empapado y apretaba las tetas como si fueran el último día que lo hiciera. Quizá este fuese ese último día y sin embargo, solo quería ver su cara despejada y llena de lágrimas mientras que ella con su gesto y su mirada, volvía a estar en el sitio correcto.

Porque incluso enmarañada, siempre hacía lo correcto.

Wednesday

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