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Una sumisa, o al menos ella así lo creía, que cuidaba de su casita lará lará larita. Nadie comprendía sus necesidades de sentirse a los pies de un Amo y el deseo de sentir dolor, así que para paliar los asuntos de los gritos se iba al pueblo atravesando el bosque de las tinieblas y los árboles desgarradores, y allí, depilarse hasta el ojete con cera. Era lo más doloroso que podía sentir en aquel apartado lugar.

Entonces un día, topose con un dominante de piel de cordero, que cameló su mente entera y le hizo creer que con él todos sus deseos se harían realidad. Cada día se hablaban por guasap, line, correo, twitter, instagram y un centenar de formas más a las que él tenía acceso porque, al ser un dominante del bosque de las tinieblas del BDSM, podía. Ole sus huevos morenos, dijo un pajarillo que sobrevolaba el lugar. Enviaba fotos y vídeos que hacía de manera furtiva en los rincones de la casa, a espaldas de todos y necesitaba escuchar su voz una y otra vez. “Amito, qué manos más grandes tienes”, le decía. “Para hostiarte mejor. Cuando te vea claro”. “Amito, qué polla más grande tienes”. “Para atragantarte mejor, cuando te vea claro”.

Pero entonces un día, la sumisa recibió una petición que no le gustó tanto. “Ve al bosque de las tinieblas y fóllate a un amiguete mío, que es un orco de tres pares de cojones, literal”, le dijo él. Ella fue, porque su amito se lo ordenaba y como buena sumisa de un imbécil, no piensa. Entonces’ el orco hizo lo que ella nunca pensó. Observó atentamente y la mandó de nuevo a su casa. Ella contrariada, buscó sosiego y respuesta, pero solo encontró odio y rencor porque no supo contentar a su amito.

Lloró y lloró sin consuelo y él, le amenazó con contárselo a los tres cerditos que lo contaban todo en el mundillo dejo BDSM. Temió por su vida y por lo que construyó. Entonces, un conejo de la suerte, que no era el suyo por supuesto, le dijo que fuese a visitar a un dominante al Castillo de la colina y le pidiese consejo. Al principio dudó, pero al final hizo caso al conejo y partió hacia el castillo. Fue recibida por el dueño, del que no tenemos datos precisos, y le pidió consejo. Éste, a cambio solo le pidió una cosa. Discreción.

La sumisa volvió a sonreír y se sentía plena por primera vez, seguía sus instrucciones y todo era muy bonito y de unos colores que te cagas de lo molones que eran. Pero en su ansia de sentirse plena y por orgullo y gilipollez, rompió esta regla. Entonces desde el castillo salieron Hansel y Gretel, los de la película y se liaron a tiros con su puta casa y su sumisión de mierda.

Por suerte para ella, el bosque tenebroso está lleno de amitos y de gilipollas. Algunos unen sus fuerzas y aúnan estas dos características. En el castillo ahora reina la paz, que es una sumisa que está bastante buena.

Colorín colorado, te he dejado el trasero, guapita.

Wednesday

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