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Con los años, se volvió costumbre, una manera de poder tener cercanía, de poder explorar la mirada, ver los brillos del deseo o del enfado, de la tristeza, de la emoción. Captaba cada uno de esos guiños y tics en momentos especiales, sabiendo que probablemente algún día acabarían. Y cada una de las veces dibujaba el contorno de los ojos, de la maravillosa y única forma, con un perfilador imaginario mientras que con los otros sentidos captaba los aromas de su pelo, el sonido de los dedos acariciando la piel, imaginando el sabor de la lengua y los labios jugosos. Se perdía en todos esos sentidos mientras con la mente trazaba las líneas perfectas del puerto de sus ojos. Aquel de donde partían las lágrimas que a veces le provocaba, como la exaltación lunar hace sobre las aguas de los mares y océanos.

Mientras agitaba la espuma aparentemente brava del café y miraba el vacío, componía melodías con sus gemidos y armonías con las carcajadas exageradas. Apretaba la mano en el aire esperando oír el crujido de los nudillos o el pulgar sobre el índice buscando el respingo de los pezones endurecidos. Sobraba azúcar y calor en aquel café que se había vuelto insulso. Faltaba tiempo y la vida había cobrado otro sentido.

Escribía ideas sin sentido en su libreta, palabras que se le venían a la cabeza por recuerdos y momentos. Flases en ráfaga de fotografías ajadas en el pasado, tensión en la carne prieta, saliva en la lozanía y las entrañas poco a poco volviendo a su ser, al estancamiento de la vida lóbrega esperando un nuevo comienzo, un espíritu rebelde que volviese a darle un puñetazo en la boca del estómago, a la pérdida de aire y la furia del latido. Respiraba por la boca para secar la garganta, pero no era lo mismo allí sentado, frente al vacío.

Entonces, impulsado por los golpes cíclicos de la espalda contra la pared, las gotas de agua resbalando por la piel virgen, los temblores del culo en el instante después de haber aclamado con las palmas el perfecto deleite, aparece la sonrisa, casi la carcajada. Y no porque el vacío se haya llenado, sino porque el recuerdo era lo suficientemente potente como para hacerlo vívido. Y con eso tendría que conformarse, porque los pasos, en su avance indómito, era lo único que podrían permitirle. Un café ya frío con aroma a recuerdo ardiente.

 

Wednesday

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