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Dejaba caer las cosas al llegar a casa sin ningún tipo de orden, indisciplinada como siempre, vivía una anarquía maravillosa que le había granjeado apelativos desde todos los ángulos amistosos posibles. Rechazaba de pleno todas las maniobras que le inculcaban de una manera o de otra cambiar. Era feliz. Le gustaba su yo y poco le importaba lo que le dijeran o lo que pensaran. Se sentía irreverente, aunque no lo notase. Cada vez que conocía a alguien, tarde o temprano le invitaban a modificar conductas, reconducir situaciones, lenguajes y gestos. A veces era de manera concisa y explícita, otras mediante subterfugios. Pero se daba cuenta. Lo hacía porque no era tonta. Entonces, en su cabeza resonaban las palabras dichas con desaire, tal vez, con dejadez, posiblemente, pero que tenían un sentido único, seguro.

Se dejó caer en la cama, con la tenue luz del atardecer entrando por la ventana y jugando con las cortinas. Solo necesitaba cerrar un poco los ojos para que la oscuridad inundase el cuerpo e iluminara la imaginación. Mientras se humedecía los labios, las bragas se deslizaban por las piernas, el pecho se inflamaba y las manos notaban las pulsaciones del corazón en la base del cuello. Las yemas de los dedos recibían el calor y el redoble del desboque mientras se colocaban en posición, cruzándose las muñecas y notando como los huesos prominentes rechinaban en su interior. No recordaba porqué se había cortado el pelo y gruño un poco al ser consciente de que su melena era una parte importante de su personalidad. En cambio, recordaba el motivo por el que lo había hecho. Aquella sonrisa y el gesto de aprobación, el calor de su entrepierna y la serpiente que recorrió su espalda en aquel momento. Los dedos llegaron a su destino.

Apretó con fuerza para quedarse sin aire unos segundos. Después soltó y con la mano derecha llevó la vibración hasta su coño. Apretó las piernas y el temblor se clavó en la pelvis y reverberó por todo el cuerpo, de arriba a abajo. Luego las manos volvieron al camino y la presión comenzó despacio mientras las ondas del placer bailaban en círculo sobre las caderas. La respiración chocaba con los latidos y la presión de los dedos cerraban el paso al oxígeno, así la boca comenzó a secarse mientras la lengua intentaba regar de alguna manera los labios agrietados. El temblor rompió la armonía y las piernas se cerraron con la misma fuerza que los dedos alrededor del cuello en el momento justo en el que los espasmos ahogaron el grito. La espalda se arqueó en un momento infinito tendiendo un puente que la luz traspasó iluminando las sábanas blancas. Después se derrumbó sobre la calidez del colchón y abrió los ojos.

En frente aquel extraño apoyado en la puerta, observando con la misma sonrisa que le cortó el pelo y que le había cortado la respiración.

Wednesday

 

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