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No quiso que se escapase nada. No quiso ser incapaz de poder retener todas aquellas sensaciones entre sus dedos. Leía sin descanso mientras el tren traqueteaba a toda velocidad por aquellas vías. Su vida y la de todos se había transformado, imperaba la inmediatez de la velocidad, la prisa de llegar antes con el afán de ganarle tiempo al destino. La mirada extraña cuando decidías tomar una forma de llegar a él distinta, más pausada, parando un poco más, yendo más despacio. Eso, era ridículo porque lo que se disfrutaba era el destino y lo que allí te deparaba, las sorpresas, los eventos. Sin embargo ella, en la lentitud de su camino, en las paradas de su tren, se daba cuenta de que no era capaz de retener todas las sensaciones y se le escapaban entre los dedos. Seguía leyendo mientras el tren se disponía a parar, entrando en una estación que recordaba a otros tiempos, donde los gestos de quienes aceptaban ese camino diferían bastante de lo que había vivido.

Incluso las palabras más comedidas le sorprendían y en su libro, ese que leía desde siempre, chocaban frontalmente con lo que estaba experimentando. Miraba a través de la ventanilla los andenes vacíos, al contrario que los vertiginosos pasillos donde imperaba la velocidad, el trasiego de las hormigas llevando a su destino la carga de su desesperación. Sin embargo allí, el tiempo no se limitaba a un cronómetro, a un número cada vez mayor e inflado por el que medir tu deseo, tu posesión y tu poder. Allí el tiempo podía comer de tu mano y cuanto más lo apretases, más despacio corría. En aquella espera le daba tiempo a observar. Serviles damas, hermosas hembras que aparentemente caminaban sin casi tocar el suelo junto a hombres, poderosos en su mirada y su flexión, y todo era extraño y novedoso para ella.

El tren continuó su marcha mientras las letras, como saltimbanquis, pasaban de unos dedos a otros, cayendo a un suelo pulcro donde se desvanecían y a su alrededor, escuchaba el sonido de las ordenes y los mandatos, el siseo de los cabellos acariciando el suelo, los crujidos de las articulaciones doblándose. Y la luz del sol iluminaba todo aquello como nunca antes lo había visto. Porque era el tiempo el que se había abierto de par en par para poder enseñar que todo aquello requería cierta pausa, cierto aprendizaje que solo en aquel tren era posible.

Por el otro camino ya habría llegado, ya estaría bronceando su piel a base de latigazos improvisados y seguramente no deseados porque no habría tenido tiempo de asimilar un simple porqué. La noche y el día se hubiesen confundido por las lágrimas del dolor, volviendo traslúcido el mundo que siempre había deseado y que no había logrado encontrar. Ahora era diferente porque no sabía nada, la realidad se confundía con la ficción y esperaba que lo que le deparase el camino fuese el complemento a su mente, y que ésta fuese el aderezo del plato principal. No entendía un pedazo de carne sin sus brasas, no entendía que estuviese cocinado sin la sal y la pimienta. No comprendía como la saliva pudiese dispararse sin algo de mostaza. Ella quería ser todo aquello y buscaba la carne a la que dar sabor, y acompañar en aquella digestión infinita de sentimientos.

Solo deseaba que su ficción fuese la realidad cuando el tren llegase a su destino. Ya no necesitaba leer más aquel libro, que cerró y juró nunca más leer.

 

Wednesday

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